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Cultura

Ante el abismo de la libertad

Drama, Din-Ale-Fra, 2014, 124 min. Dirección y guión: Lars Von Trier. Fotografía: Manuel Alberto Claro. Intérpretes: Charlotte Gainsbourg, Stellan Skarsgård, Shia LaBeouf, Willem Dafoe, Jamie Bell, Christian Slater, Jesper Christensen, Jean-Marc Barr.

Como casi siempre en Lars Von Trier, es mucho lo que se pone en juego en este (forzado) díptico que ahora entrega su segunda mitad. Desde luego, mucho más que el mero relato de un tránsito por la ninfomanía y su historia, por la pérdida del placer o por la exclusión de la sociedad de una mujer enferma.

Lo que se juega aquí tras la máscara de un relato múltiple, juguetón y poliédrico es nada más y nada menos que un alegato por la libertad del hombre (o mejor dicho, de la mujer) en tiempos de crisis, miseria moral, miedo y mucha corrección política.

A su conclusión (provisional, aún queda pendiente poder ver algún día su metraje completo), esta Nymphomaniac puede verse también como la película más radicalmente feminista jamás hecha por un hombre, un cineasta al que tantas veces se ha acusado, por cierto, de poner en el límite (de la vejación o el sacrificio) a sus personajes femeninos.

Casi siempre malinterpretado, casi nunca entendida del todo su inteligencia y, sobre todo, su sentido del humor, Von Trier pareciera querer devolver aquí todas esas críticas y lecturas desatinadas con un feroz alegato libertario que encuentra su esencia, más allá de su calculada reversión del erotismo como género exploit para la mirada masculina más primitiva, en un par de simbólicas y reveladoras secuencias: en la primera de ellas, nuestra protagonista encuentra en la cima de una montaña ese árbol, pelado de hojas y torcido por la fuerza del viento, con el que un día su padre predijo que llegaría a identificarse como persona; en la segunda, la que cierra esta segunda parte y el díptico, el paciente oyente e interlocutor de toda la historia, la cabeza racional con la que ha dialogado el instinto y la pulsión incontrolada de la carne a lo largo de casi cuatro horas, demuestra que, a pesar de todo, no ha comprendido nada para reducirlo todo a una nueva mala interpretación de consecuencias, ahora sí, trágicas y definitivas.

Recluida en su espacio-tiempo abstracto y gélido, impulsada por un sentido de la narración prodigioso y siempre in crescendo, Nymphomaniac se asienta ya no sólo como una nueva muestra de la inteligencia cinematográfica y filosófica de uno de los grandes cineastas moralistas de nuestro tiempo, sino como toda una declaración humanista en una época de nuevos, peligrosos y camuflados vigilantes del orden y la sensatez.

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