Cultura

El amor y las armas

  • Desenfocado por Pedro Ingelmo

EN El señor de la guerra, una espléndida película que describe las interioridades del tráfico de armas en el tercer mundo, Nicolas Cage, un ucraniano con muy buenas intenciones pero con un negocio un tanto sangriento, se queda solo vendiendo sus Kalashnikov usados al África negra y AlQaeda. En el camino se ha quedado la mujer que ama, el padre que ama y el hermano que era su compinche y su cómplince. Primero le metió en la cocaína y luego le metieron un tiro con las balas que Cage vendía para que las dispararan sin mucho tino niños con caras de ancianos. Cuando el policía que le persigue desde hace tiempo consigue detenerlo y Cage le dice que su futuro no está en la cárcel, el poli, que encarna Ethan Hawke, que sabe que Cage tiene los resortes para no ser nunca castigado por sus crímenes indirectos contra la Humanidad, le dice que no le importa, que tú ya estás en el infierno. Lo bonito de esta historia es ese enfoque humano de los mayores hijos de puta que hay sobre la tierra, aquellos que necesitan de la guerra para que el negocio arroje beneficios. Como bien se dice en el cierre de la película, los traficantes de armas son sólo vendedores a domicilio de un negocio más amplio. Si se quiere saber quiénes son las multinacionales de este comercio sólo hay que mirar qué banderas componen el Consejo de Seguridad de la ONU.

Esta historia me recordó otra. Es la de Fritz Mandl. Durante los años 30 fue el mayor traficante de armas de la Europa central. Quien piense que fue Hitler quien declaró la guerra, debería revisar las formas de trabajar de este oscuro personaje y sus importantes relaciones con gobiernos de todo el mundo. Durante la Guerra Civil española suministró armas a uno y otro bando, aunque hay que reconocer que el mayor suministro venía de Berlín y Moscú. Este hombre estaba enamorado de una mujer bellísima. Su nombre era Eva Maria Kiesler. En Austria, de donde era natural, se hizo un nombre, aunque su gran fama le llegó cuando salió desnuda en una divertida escena de una película olvidable llamada Extasis, de Gustav Machaty (el cartel, en la foto). Ese papelito le valió que fuera llamada por Hollywood y ella decidió abandonar a su traficante para convertirse en una gran estrella. Su nombre artístico en América sería Hedy Lamarr. El suplicó, lloró, se arrodilló. Cuentan quienes le conocieron que el traficante de armas jamás pudo reponerse de ese golpe. Se refugió en su negocio. Quizá el siglo XX hubiera sido menos sanguinario si la Kiesler se hubiera quedado con él. Pero me temo que no.

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