Cultura

Entre la biografía insincera y 'Bananas' de Woody Allen

Esperaba poco de esta película, y me ha dado menos. Esperaba poco porque no se puede pasar del cine de género judicial (Erin Brokovich), policiaco (Traffic) y melodramático (El buen alemán) -o de la sofisticada recreación posmoderna de la ligereza lounge (la trilogía de Ocean)- al cine político con base biográfica e histórica.

Para no ser insustanciales o simplemente correctas películas-espectáculo, la biografía de personajes históricos exige esa participación emocional y esa forma de identidad con lo que la personalidad biografiada representa, o con los enigmas que oculta, que permitió a David Lean filmar Lawrence de Arabia a la vez como una honda investigación sobre un carácter excepcional y como una introspección que conectaba la vida de E. T. Lawrence a cuestiones existenciales que preocuparon al propio realizador a lo largo de su carrera (por eso a su personal, a la vez que objetiva, lectura de Lawrence se superponen elementos tomados de los universos de los E. M. Forster o Joseph Conrad cuyas obras también adaptó).

Para no ser frívolo pretexto a la moda, desahogo de mala conciencia o falsificación sin más, el cine político exige otra forma de participación existencial entre el realizador y la materia o la figura que trata: la ideológica. Esto es lo que da su verdad fílmica a las grandes obras del cine político, ya se trate de Eisenstein o Pudovkin erigiendo la épica revolucionaria (El acorazado Potemkin, Octubre, La madre), de la Riefensthal glorificando a Hitler (El triunfo de la voluntad) o de Costa Gavras denunciando los procesos estalinistas y las matanzas de Pinochet (La confesión, Desaparecido).

Che. El Argentino da aún menos de lo poco que esperaba porque Soderbergh no se implica ni existencial ni ideológicamente en lo que narra. Eso era previsible: no se puede pasar de Las Vegas a Sierra Maestra sin pagar un precio. Lo que no era previsible es que le abandonara su maestría para el cine de género (aunque hay precedentes de fiascos cuando su ambición le lleva a pasarse al de autor, casos de Kafka o Solaris), no logrando ni tan siquiera poner en pie una película que cuente correctamente lo que quiere contar y entretenga durante sus dos horas y media de duración.

En parte por el catastrófico guión lleno de tiempos muertos que no sirven para ahondar en el personaje, catequísticamente cargado de diálogos aleccionadores y disperso en sus intentos frustrados tanto para retratar al Che como para adentrarnos en la revolución cubana; en parte por la pésima dirección de actores y/o (salvo en el caso de Benicio del Toro, que posa -sólo posa- correctamente vestido y barbado de Che) de la igualmente pésima elección de mediocres intérpretes que actúan como si fueran aficionados (lo que en el caso de un Fidel Castro derivado a Chiquito de la Calzada roza lo ridículo); en parte por el tono de bromas de campamento juvenil con que trata la peripecia revolucionaria; y en parte por esa no implicación ni existencial ni ideológica con el personaje y la materia histórica que trata, Soderbergh ha firmado una de sus peores películas, ha reducido una personalidad compleja -por ello terrible y fascinante a la vez- a su dimensión de icono pop de camiseta y ha convertido la revolución cubana en algo mucho más parecido a Bananas de Woody Allen que a una recreación histórica.

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