Lectores sin remedio por Ramón Clavijo y José López Romero

La broma

DESDE el mismo momento en que le entregaron aquel paquete conteniendo el libro, debió de sospechar, pero salvo la extrañeza por lo inesperado del presente no le dio más importancia. Había signos que le debían haber puesto en guardia. Y es que ¿a cuento de qué venía un regalo anónimo? ¡Un libro! Él que no era precisamente un ejemplo de lector. Era evidente que ignoraba que los libros se compran o prestan. Se roban e incluso se regalan, pero nunca de forma anónima. Luego estaba lo de entrar en la librería que había camino de su trabajo. Precisamente un lugar en el que voluntariamente nunca se hubiera aventurado. Tenía la costumbre de pararse unos minutos y mirar el escaparate, pero más que por interesarle verdaderamente los libros allí expuestos, por hacer algo de tiempo antes de entrar en el edificio cercano donde trabajaba. Es más, si aquel negocio hubiera sido una zapatería o un bazar chino, lo mismo le hubiera dado. Fue un poco violento que el librero, gremio por el que no tenía mucho aprecio, lo llamara para pasarle aquel paquete con la leyenda manuscrita en grandes caracteres de "para el paseante que todas las mañanas se detiene ante el escaparate". Pero quizás de todos los signos que lo debían haber inquietado, el más extraño, fue el libro en sí. De pequeño formato, encuadernado en piel ya oscurecida por el paso de los años. Porque, a todo esto, era un libro al parecer bastante antiguo. De papel verjurado, de muy buena calidad, según le comentó el librero, conocedor del mercado del libro antiguo (aunque él como profano en la materia, todo lo hubiera dado por bueno). Poco más le pudo decir, salvo corroborar que el libro en cuestión debía ser una rareza de indudable valor sobre la que le prometió indagar más adelante. Aquello debía valer un 'pastón'. A partir de aquel momento todo cambió. Al principio de manera imperceptible incluso para él, pero pasado un par de meses nadie hubiera reconocido al otrora despreocupado y superficial personaje, amante de las apariencias, siempre vestido de 'punto en blanco' y como buen hipocondríaco habitual de siempre tediosos ciclos de medicina (única mancha cultural en su expediente), con aquella taciturna sombra, ahora abnegado aprendiz de navegante por tratados bibliográficos en los que esperaba encontrar el porqué de aquel misterioso regalo y, por supuesto, su valor monetario. Algún tiempo después, el librero volvió a llamarlo cuando pasaba ante su local. Le habían dejado otro paquete. En esta ocasión la leyenda manuscrita rezaba: "Para el imbécil que todas las mañanas se detiene ante el escaparate". Salió con rapidez, ajeno al insultante calificativo, sólo ansioso por descubrir el nuevo regalo, por lo que no advirtió la sardónica sonrisa del librero. Ramón Clavijo Provencio

Rosas de otoño

Jacinto Benavente. Hernando, 1921.

El polifacético José Sancho, digno representante de esa larga lista de actores que han dado lustre y esplendor al teatro de nuestro país, y después a la televisión e incluso al cine, se ha arrojado a las tablas de Madrid para representar 'Los intereses creados', sin duda la más conocida y editada obra del dramaturgo y premio Nobel de Literatura Jacinto Benavente. Pero don Jacinto fue aclamado en su tiempo por la serie de dramas elegantes que retrataba la alta sociedad española de finales del siglo XIX y principios del XX, sin menoscabo tampoco de sus dramas rurales. Traemos aquí, a modo de ejemplo, uno de los más célebres en su tiempo y ya apenas recordado por una película de 1941 y por un Estudio 1 (1979) con la magnífica Amparo Rivelles. Drama de infidelidades masculinas, que la madurez de Isabel sabe llevar con elegante resignación, la misma que intenta inculcar en su hijastra Mª Antonia. J.L.R.

Malditas sean Coronada y sus hijas. Delirio del amor hostil

Francisco Nieva. Cátedra, 1983.

Como tantos otros escritores en este país nuestro y de nuestros pecados, Francisco Nieva no ha recibido el justo reconocimiento y la fama que sin duda merece. Si fuera francés… Un hombre de teatro y dedicado al teatro en cuerpo y alma (aunque con algunas incursiones en la novela), en la mejor tradición de nuestros grandes clásicos, desde Quevedo, pasando por el entremés, los sainetes para desembocar en el esperpento valleinclanesco. Distribuida su obra dramática en tres grandes apartados: teatro furioso, teatro de farsa y calamidad y teatro de crónica y estampa, las dos obras que aquí traemos se inscriben en el segundo grupo; la primera, inicia el conjunto, fechada en Madrid entre 1949 y 1968, aunque apenas estrenada, y la segunda casi cierra el ciclo, data de 1977 y se estrenó en Madrid el 24 de enero de 1978 con opiniones muy encontradas de la crítica. Obras y autor sin los que no se entiende el teatro español del siglo XX. J.L.R.

El asesino hipocondríaco

Juan J. Muñoz Rengel. Mondadori, 2012

Es éste uno de esos libros que comienzas su lectura interesado (o muy interesado) por la originalidad de la historia, pero a la vez temeroso de que finalmente nuestra atención se desmorone tras las primeras páginas. Pero a medida que avanzamos en la lectura, descubrimos que no sólo no estábamos equivocados en nuestro interés inicial, sino que el libro nos da más de lo que esperábamos. Una de sus grandes bazas es el humor y sin el cual el resultado sería muy distinto. Puede resultar chocante que una novela que trata de un asesino tenga como uno de sus sellos distintivos, lo que la singulariza, sea el sentido del humor. No pensemos sin embargo que ello rebaja la intensidad de la novela, su interés; es más, no andamos descaminados al pensar que el autor logra con su genial creación de este protagonista, este asesino, obsesionado con la enfermedad, uno de esos personajes que quedan, como aquel Ignatius J. Reilly de la Conjura de los necios, grabados en nuestro imaginario de lector. R.C.P.

Vidas de hojalata

Paul Harding. RBA, 2012

Suelo tener la costumbre de acercarme a algunos libros porque exhiben entorchados relevantes. Me refiero a aquellos a los que les han sido concedidos algunos de los premios literarios más prestigiosos. Este es uno de ellos, ya que ni más ni menos ostenta el Pulitzer de 2010. No siempre, tras la lectura, entendemos las distinciones concedidas; otras, como por ejemplo el Goncourt concedido a Houllebecq por su 'El mapa y el territorio', aplaudimos con entusiasmo. Es este libro uno de esos últimos casos, y pese a ser rechazado en un principio por varias editoriales de tronío, el posterior y espectacular recorrido de la novela habrá llevado a algún editor a tirarse de los pelos. Brillante prosa, pero sobre todo interesante y trascendente historia la que se despliega ante el lector: Un anciano relojero, George Washington Crosby, espera su fin al ritmo del tic tac de un reloj y postrado en una cama colocada en el salón de su casa. Y mientras aguarda, le asaltan retazos de su pasado. R.C.P.

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