Cultura

En busca del hombre, Francisco de Miranda

  • Manuel Lucena repasa las diferentes etapas de la vida del revolucionario

La vida pública del venezolano Francisco de Miranda, seguramente el primer criollo de proyección universal, queda enmarcada entre dos grandes revoluciones que sacudieron América: la Independencia norteamericana de 1774 y las primeras soberanías proclamadas en Hispanoamérica en los años 1810-12. Como otros precursores del movimiento de emancipación (pensemos en el chileno O' Higgings o en el argentino San Martín) que vivieron exiliados de su patria y fueron superados por la deriva del propio proceso revolucionario, Miranda ocupa un lugar excéntrico, incluso marginal, en la narrativa histórica oficial de la independencia de Venezuela. Su aportación ha quedado desleída dentro de un relato teleológico cuyo final monopoliza el proyecto bolivariano y, en consecuencia, su propia propuesta política ha sido tildada, con demasiada ligereza, de utopismo ilustrado con escaso sentido de la realidad del poder.

Manuel Lucena, buen conocedor de la generación de librepensadores criollos que fueron aprendiendo y evolucionando ideológicamente al pairo de los mismos cambios políticos en su anterior Naciones de rebeldes (2010), ha querido paliar esta carencia interpretativa sobre la persona de Miranda que, paradójicamente, viene envuelta por la propia admiración que ha despertado el personaje, o mejor dicho, los personajes que representó Miranda a lo largo de su vida: el general revolucionario, el polígrafo ilustrado o el crítico erudito, que todas estas fueron máscaras del hombre que un día de enero de 1771 abandonó Caracas para iniciar su prodigioso periplo a ambas orillas del Atlántico.

El libro repasa las grandes etapas, bien conocidas, de su trayectoria: la del joven viajero que frecuentó a las personalidades de la Europa de su tiempo, su experiencia revolucionaria en la Francia de la Convención, su febril actividad diplomática como protegido del gobierno de Londres y, por último, la intervención, con final amargo, en la Primera república de Venezuela. Sin embargo, estos capítulos de su vida, tantas veces abordados como experiencias inconexas de un espíritu vitalista, movido por una curiosidad insaciable, adquieren en la reflexión de Lucena un sentido coherente que viene impuesto por la pasión política, entendida como una vocación indisociable entre el inconformismo intelectual y la acción social. Una actitud insobornable que le conduce, a partir de 1797, a emprender la aventura revolucionaria.

El gran hallazgo del trabajo de Manuel Lucena está, a nuestro juicio, en el capítulo cuarto de la biografía que comienza con una pregunta que ya vislumbró Maquiavelo: ¿cuándo empieza a estar el tiempo de nuestra parte? Un Miranda, bien pertrechado de lecturas, impregnado de experiencias tan dilatadas como la distancia que separa la Italia de los exiliados jesuitas de la Rusia de Catalina, curado de autoritarismo radical en la Francia del Terror... regresa a Londres, aquel Londres de los exiliados de media Europa, y comprende que ese momento había llegado, que la frustración de las élites criollas podía dar paso a la insurrección y al cambio hacia los valores de libertad y ciudadanía que había leído en los filósofos y comprobado, con asombro, en el republicanismo austero de los americanos de Filadelfia. En aquel punto, palabra y acción se unen, imperiosamente, en un plan para despertar la revolución en las comunidades hispanoamericanas. Un proyecto en el que Inglaterra debía cumplir un papel tutelar y civilizador. Miranda es plenamente consciente de que la nueva guerra, que se habría de prolongar hasta 1806, era la oportunidad ideal para convencer al todopoderoso William Pitt de que podía ser recordado como el campeón de las libertades oprimidas por el despotismo español, mientras Gran Bretaña se convertiría en guía de las naciones libres (sin olvidar las importantes compensaciones comerciales que obtendría de la operación).

Probablemente Pitt utilizó a Francisco de Miranda y se retiró del plan, después de obtener la información que precisaba sobre el enemigo, como hará más tarde el presidente Jefferson. Sin embargo el fracaso de la expedición emancipadora no puede atribuirse a ilusionismo, sino, todo lo contrario, a un penetrante sentido de la ocasión política (como demostraría el curso de los acontecimientos posteriores) que no fue acompañado, sin embargo, de medios, ni apoyos políticos. El triste final de Miranda, entregado a los realistas, que lo encarcelan en la fortaleza de La Carraca (Cádiz) donde muere a los pocos años, es, al cabo, la consumación de una vida coherente con las ideas. El destino que aguardaba a quien escribió la Carta a los españoles-americanos.

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