Arquitectura · La belleza intangible

De la ciudad ideal a la ciudad racional (II)

 TRAS el período Barroco en el que las ciudades europeas resolvieron las necesidades de crecimiento con trazados de nuevas calles y avenidas que delimitaron los nuevos barrios residenciales, a mitad del siglo XIX se producen en París una serie de circunstancias favorables– el extendido poder de Napoleón III, la capacidad del prefecto Haussman, el alto nivel de los técnicos, las leyes progresistas de expropiación de 1840 y la sanitaria de 1850- que permitieron realizar un programa urbanístico coherente en un período de tiempo muy corto. 

De esta forma el nuevo París pondrá en evidencia el éxito de la gestión posliberal y se convertirá en un modelo reconocido por todas las demás ciudades del mundo.

La transformación de París se encomendó al Barón Haussman que realizó un nuevo trazado de calles sobre la trama histórica existente que produjo 95 km de calles nuevas  e hizo desaparecer 50 de los 384 km de calles existentes, con los consiguientes derribos de edificaciones y la construcción de las nuevas manzanas bien alineadas. Esta red viaria moderna, que incluyó los trazados barrocos y los insertó en un conjunto coherente, se prolongó en la periferia donde se realizaron otros 70 km de nuevas calles. Al mismo tiempo se construyó una nueva red de saneamiento de la ciudad, se instaló alumbrado público a gas en las calles, se diseñó una red de transporte público mediante coches de caballos, se realizaron escuelas, hospitales, colegios, cuarteles, prisiones y, sobre todo, los grandes parques públicos de la ciudad: el Bosque de Boulogne al oeste y el de Vincennes al este.

Paralela e inevitablemente se crea una nueva estructura administrativa de la ciudad: los límites urbanos del setecientos desaparecieron y una serie de municipios periféricos quedaron anexionados al de París. La ciudad se extendió hasta las fortificaciones exteriores y se dividió en 20 barrios parcialmente autónomos. Este programa alcanzó un coste de 2.500.000.000 de francos, la población de París pasó de 1.200.000 a 2.000.000 de habitantes. La renta del Ayuntamiento por impuestos se duplicó.

En realidad, la propuesta de Haussmann se apoyaba en las estrategias de la ciudad tradicional, en este caso su antecedente barroco: perspectivas, regularidad, uniformidad, grandes plazas. 

La escala impresionante de las nuevas avenidas se llenará de elementos que hasta entonces no existían el escenario urbano: farolas, árboles, quioscos, bancos. Los pasos de peatones y vehículos, con su continuo  movimiento de personas y vehículos convertirán la ciudad en un espectáculo mutable. Aparecen dos tipos de viales que se incorporarán al catálogo de elementos para la organización del espacio urbano: El boulevard y la glorieta. El boulevard introduce dos o más alineaciones de árboles entre los límites construidos de las avenidas, creándose un espacio de recreo peatonal. La vegetación es así introducida en los espacios de recorrido, en calles y avenidas, circunstancia que hasta entonces era casi ajena a la ciudad. La glorieta, hoy conocida como rotonda y recreada en exceso en ciudades, pueblos y aldeas, resuelve ciertas situaciones en las que el tráfico de vehículos se complicaba por el encuentro de varias calles. La place de l’Etoile será el ejemplo más significativo.

En 1889 se celebra la Exposición Universal de París, en el centenario de la Toma de la Bastilla, momento en el que se ubica el inicio de la revolución francesa. París se convierte en la ciudad de la luz, la ciudad más avanzada del final de siglo, el ejemplo a seguir por el resto de las ciudades europeas, que no tardarán en aplicar con mayor o menor acierto la doctrina de Haussman. El símbolo de la exposición, la tour Eiffel, con sus 300 metros de altura, por entonces la construcción más alta del mundo, inicialmente muy controvertida, se convertirá años más tarde en uno de los edificios más importantes de la historia de la humanidad y una imagen emblemática de París.

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