Cultura

De coleccionistas y viajesCitas

Lectores sin remedio

SÉ de algunos espíritus inquietos que coleccionan referencias de personajes ilustres que en su día pasaron por la ciudad, de la misma manera que otros coleccionan libros o sellos. Pensando en ellos -hoy me siento generoso- redacto las líneas que siguen, en las que doy cuenta de la breve pero intensa estancia del norteamericano Washington Irving en algunas ciudades de nuestra provincia. Para ello es preciso viajar hasta el verano de 1828 y toparnos con el escritor en el preciso momento en que vuelve de Sevilla, tras visitar los lugares colombinos. Luego, después de una breve estancia en la ciudad, éste decide buscar algo de frescor y tranquilidad en la costa. Así, en los últimos días de agosto se le ve embarcando en el vapor 'Canario' rumbo a Cádiz. Sabemos que lo que quería Irving era seguir trabajando en su inacabado manuscrito de 'La conquista de Granada', pero el alojamiento que habían encontrado en el nº 4 de la calle Palacios de la capital -la casa de un fabricante de sillas- al parecer no reunía las mejores condiciones para que el escritor pudiera evadirse y concentrarse en su trabajo. La solución la encontró en una fugaz escapada a la vecina Jerez, donde visitando las bodegas de Domecq conoció a R.S. Hackley, uno de los invitados por el bodeguero con el que compartió mesa. Hackley, antiguo cónsul norteamericano en Sanlúcar, y más tarde en Cádiz, tenía una finca en El Puerto llamada 'El Cerrillo', y que a escasa distancia de esta población, sobre una pequeña elevación del terreno desde donde se divisaba el mar, podría ser el lugar ideal, pensó el norteamericano, para culminar los asuntos literarios que se traía por entonces entre manos: "El edificio se encontraba situado en un lugar privilegiado desde donde podía extenderse la vista sobre una infinita extensión de tierra y mar, con la antigua ciudad fenicia de Cádiz asomando a ocho millas de distancia y las montañas de Ronda cerrando el horizonte a lo lejos." Llegados a este punto, la verdad es que ignoramos si la costa, o sus periódicas visitas a las bodegas jerezanas, inspiraría alguna de las creaciones del escritor pero de seguro sí que hizo avanzar los asuntos literarios en los que se hallaba enfrascado. Las vistas desde 'El Cerrillo' cautivaron a Irving que ya pensaba alargar su estancia en El Puerto cuando le llegó la terrible noticia de la epidemia de cólera en Cádiz. Para escapar de ella Hackley, el dueño del Cerrillo, reclamó su propiedad para alojarse con su familia por lo que Washington Irving no tuvo más remedio que poner punto final a aquellos felices días. Nuestro viaje toca a su fin también, pues a principios de octubre de 1928 dejamos al norteamericano embarcando en el vapor 'Betis' rumbo a Sevilla. ¿Incrementará esta anécdota la colección de algunos de esos coleccionistas a los que me refería al principio?

Ramón Clavijo Provencio

Javier Mariscal/Fernando Trueba. Sins Entido, 2010

Quizás el lanzamiento de la película de animación haga a algunos acercarse a esta cuidada edición que lanza la editorial 'Sins Entidos', sobre esta apasionada historia de amor entre un pianista de jazz y una aspirante a cantante, todo con el trasfondo de La Habana pre-revolucionaria de finales de los cuarenta. Con guión de Trueba y dibujos de Mariscal la novela gráfica logra eso tan difícil como es trasladarnos todo el espíritu de la película, donde hay una parte fundamental que es la música. Una música, que a diferencia de en el cine, no podemos escuchar directamente, pero sí sentir. Uno de los aspectos más logrados de este formato en cómic, al igual que la gran pantalla, es el vibrante paralelismo que nos deja de las ciudades de La Habana y New York, en el momento de efervescencia del jazz y sus grandes figuras. R.C.P.

Antonio Orejudo. Tusquets, 2010.

Desde 'Ventajas de viajar en tren', he seguido dentro de lo posible la carrera narrativa de este autor. Creo que es un narrador excepcional, y por ello me apresuré a leer esta su última obra. Debo confesar que tras la lectura me he quedado un tanto perplejo. Me explico, por un lado seguí con interés la narración pero ésta somete al lector a una serie de saltos literarios, es decir, de cortes en la trama principal, que uno se queda por momentos descolocado, confuso, y le ataca la duda de si realmente estamos leyendo la novela de Orejudo o nos hemos equivocado de libro, cosa que comprobamos que no es así al echar un vistazo a la portada. La novela parte del encuentro casual entre dos amigos que compartieron casa en Nueva York dieciséis años atrás. A partir de ahí, el autor como el gran malabarista de la narración que es, nos lleva por caminos imprevisibles. R.C.P.

A. A. de Profesores de Español. 2001.

La Asociación Andaluza de Profesores de Español 'Elio Antonio de Nebrija' celebra todos los años un congreso del que tienen la excelente idea de publicar sus Actas, publicaciones que están al cuidado de Antonio Castro Díaz, gran investigador de la literatura dialógica del siglo XVI. El libro que reseñamos es fruto del congreso celebrado en abril en Málaga y Granada y que la Asociación dedicó a la Generación del 27. Dos ponencias, dos paseos literarios y dieciséis comunicaciones que tienen como factor común la práctica docente en las aulas. Con una variedad de temas tan interesante como atractiva, que va desde los comentarios literarios y gramaticales de poemas, pasando por la música, los dibujos de Lorca, hasta las mujeres de la Generación y el uso de las nuevas tecnologías como forma o medio de aprendizaje (el blog). Sin duda, un volumen muy aprovechable para profesores tanto de Primaria como de Secundaria. J.L.R.

Jorge Guillén. Ánade, Ed. Ubago, 1988.

Desde aquellos 'Sonetos fechos al itálico modo' del marqués de Santillana, que se consideran el primer intento serio de la adaptación de la lírica italiana a la castellana, para después lucir en todo su esplendor en los siglos XVI y XVII con Garcilaso, Góngora, Lope y Quevedo, por citar sólo a los más famosos, porque sonetos escribieron todos los poetas de aquellas centurias, el soneto fue en siglos y épocas posteriores a la edad de oro y sigue siendo en la actualidad la estrofa culta por excelencia de nuestra lírica. Y, por tanto, no hay o no debe haber poeta que se precie, que no tenga en su repertorio un buen conjunto de ellos. Y siguiendo con la Generación del 27, este libro reúne todos los que escribió uno de los maestros de aquel irrepetible grupo. Con un excelente prólogo de Antonio Gómez Yebra y en una editorial lamentablemente desaparecida, los sonetos de Guillén mantienen ese gusto clásico que debe tener todo soneto. J.L.R.

Cada vez que se ponía a leer, no le faltaba a mano un lápiz con el que iba subrayando algunas frases. Había quien ya llegaba a pensar que sólo leía para subrayar esos breves fragmentos que después pasaba con escrupulosidad oriental a su ordenador portátil. Tenía en el escritorio varias carpetas abiertas cuyos nombres respondían a otros tantos temas, algunos tan universales como el amor, el dinero, la muerte, la amistad; pero otros eran más intrascendentes, asuntos de actualidad, de pervivencia efímera. Pero a la tecnología añadía procedimientos más artesanales, y siempre se acompañaba de una libretita en la que tenía anotadas las frases más felices, las clásicas y las universales, las conocidas por todos pero también las más originales; en definitiva, aquellas perlas que le garantizaban el éxito social fuera la situación que fuera, ni importaba el contexto para decirlas ni falta que hacía. Y cuando las lecturas no lo abastecían de las citas necesarias, de inmediato se conectaba a Internet, ponía en su buscador el tema o los autores de cabecera y en sus páginas encontraba, seguro, ese buen ramillete de frases que perseguía. Antes de una comida con amigos o de empresa, o de una fiesta, mientras su mujer terminaba de arreglarse, él encendía el ordenador, ponía encima de la mesa la libreta e iba memorizando las veinte frases de la noche que, de una manera u otra, largaría a sus interlocutores. Pero antes de aquel ceremonial, se había informado con todo detalle de la lista de invitados y había hecho previamente una buena selección de citas, con las que al tiempo que quería agradar, lo importante era quedar elegante. Por su cabeza paseaban Óscar Wilde (un verdadero clásico en esto de citar), Montesquieu, algún que otro filósofo ocurrente (entre su repertorio no faltaba algo de Pascal o de Descartes), algunos escritores alemanes (Goethe era siempre un seguro de éxito) y últimamente había incorporado a Coetzee, cuyo premio Nobel lo avalaba, y entre los hispanos Borges no tenía todavía igual. Notaba que de un tiempo a esta parte los clásicos grecolatinos, Shakespeare y los escritores áureos empalagaban un poco a su auditorio; alguna mueca de hastío había observado en la última cena cuando citó dos versos del 'Othelo' que se había aprendido un poco antes de salir de su casa. Pero aquella noche, cuando el matrimonio se preparaba para otra cena en casa de unos amigos, el ordenador no le encendía y no encontraba la libreta, entonces rebuscó en su memoria una buena cita con la que poder suicidarse.

José López Romero

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