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Cultura

El otro concepto de la guerra

AUNQUE muchos lo hayan tomado como algo recurrente en tiempos convulsos, incluso con resultados bastante aceptables, la obra que Marina Vargas presenta en la galería que dirige Emilio Almagro, se aparte de esa retórica belicista para adentrarse por otros horizontes con muchas posibilidades estéticas e iconográficas que lo que la realidad representativa pueda suponer.

Marina Vargas, joven granadina desde un primer momento generando las máximas expectativas y que, ya, creo, se han convertido en absoluta constatación de su interés artístico, expone, como no podía ser de otra forma, en la Galería que es referente para saber por dónde circulan los más válidos estamentos artísticos de la actualidad. Ya me había hablado Emilio de que esta artista era una de las más seguras apuestas que podíamos encontrar. Nosotros la hemos visto, hasta hora, en pocas ocasiones y siempre en colectivas. Una vez más, la privilegiada visión del galerista granadino, no se equivocaba. En lo mínimo que le habíamos visto se apreciaba una disposición y un ejercicio particular que dejaba entrever muchas ilusionantes perspectivas. Ahora llega, sola, a la galería de Rector López Cantero, donde nos muestra un proyecto lleno de intensidad y carácter, además marcando unos tiempos creativos donde la rigurosidad, la pulcritud en los planteamientos formales, el propio desarrollo compositivo y la espléndida puesta en escena garantizan un feliz encuentro con una obra acertada de principio a fin.

La exposición parte de una iconografía que podríamos llamar armamentística y que desarrolla un amplio abanico de perspectivas. Por un lado, el muestrario de imágenes de armas queda supeditado a un icono colorista, una silueta de pistolas, revólveres y rifles, que se repite y que lleva implícito desarrollos ilustrativos de variada índole y dispar naturaleza. Las imágenes se van repitiendo y planteando formas que suscriben episodios donde se acumulan símbolos extraídos de una, también, variada iconografía, donde abundan cráneos y esqueletos, algunos decorados con esas imágenes tan cercanas a los ritos mortuorios de algunos pueblos americanos, Méjico, principalmente, en intensa disposición acumulativa. Además la artista plantea la exposición como una simulación de una armería, realidad que se nos antoja cruel en algunas poblaciones y que contribuye a ese desmembramiento social que muchas veces encontramos en algunas ciudades, incluso, de claro prestigio democrático.

Una exposición en la que Marina vuelve a insistir en un estamento icónico que transcribe fórmulas ilustrativas donde se suceden episodios transgresores, llenos de sarcasmo e ironía y formulación estética que puede antojársenos kitsch, pero que encierra mucha cáustica y descarnada significación.

Teníamos muchas ganas de encontrarnos con la obra de Marina Vargas, mostrada sin las desvirtuaciones que produce una comparecencia en grupo. Hemos asistido a los postulados de una obra diferente, llena de compromisos conceptuales, donde la pulcra ilustración no encierra si no contundentes mensajes sobre una realidad con muchos episodios significativos.

De nuevo, Emilio Almagro, sabe conducirnos por la aplastante circunstancia creativa de una artista que está muy por encima de los adocenamientos habituales.

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