Crítica

El concierto soñado por David DeMaría en el Villamarta se hizo realidad

  • El cantante jerezano presentó su nuevo disco, 'Capricornio', junto a canciones de todo su repertorio ante cientos de fans

El concierto soñado por David DeMaría en el Villamarta se hizo realidad

El concierto soñado por David DeMaría en el Villamarta se hizo realidad / Manuel Aranda (Jerez)

Otro momento del concierto del jerezano. Otro momento del concierto del jerezano.

Otro momento del concierto del jerezano. / Manuel Aranda (Jerez)

El Villamarta, una vez más, apuesta por lo andaluz y lo jerezano, dentro de los cánones artísticos de elegancia y calidad que le caracteriza. David DeMaría soñaba, sentado en las butacas junto a su madre, que algún día estaría arriba, en las tablas. Y por fin lo ha conseguido en una noche donde ofreció sinceridad en sus letras, una voz aterciopelada y a la vez susurrante, una puesta en escena limpia y ganas de agradar, lo que hizo que el resultado fuese inolvidable.

Su aparición en el escenario ya atisbaba la energía y la ilusión que traía a Jerez. Una banda de músicos entregados, luces de todo tipo inundando el escenario y una creación de ambiente de fábula gracias al humo y el colorido de focos intermitentes perfectamente sincronizados. Comenzó con una altura de calentamiento vocal bastante importante lo que posibilitó que enseguida se ganara al público, enmarcado en una puesta en escena impactante para crear nivel, enmarcada con el signo de Capricornio en el ciclorama de fondo durante la primera mitad de la noche que situaba y adornaba las letras de su nuevo álbum haciendo un maratón por ellas y una segunda parte con las letras de su nombre, de manera repetitiva para servir de presentación de las otras canciones de su larga carrera, consiguiendo a su vez hacer presente hasta el final el nombre de la madre que lo parió y que en todo momento fue jaleada por los asistentes.

Desde los primeros compases nos aparece el compositor. Con su guitarra al cuello para coger la batuta de la banda. Desde los primeros minutos se gana al público, felicita al Villamarta, a la gente de Jerez y a la nueva normalidad. A la segunda ya se quita la chaqueta con ojos de ilusión. Desde la cuarta, las palmas por bulerías ya son protagonistas. El resto, se lo pueden imaginar: un cantautor, como él mismo se definió, en una de las noches más felices de su vida y un público entregado disfrutando de cada movimiento de cuerpo, de cada solo de guitarras o de cada quejío jerezano.

El sonido estuvo a la altura, en todo momento, limpio para crear el ritmo, constante para amasar sentimientos de fuerza y amplificado y preciso para reflejarse a la sala. Esto, posibilitó encontrar los matices de los graves sin problemas, de captar lo nasal de la voz del cantante y de las voces masculinas de sus músicos en su justa medida y percibir los cambios de registros tan importantes en la técnica vocal de David.

Las mezclas transmitían sintonía y delicadeza haciendo que en todo momento se apreciara la melodía base. Los instrumentos musicales estuvieron guiando en todo momento la senda que David DeMaría buscaba: la del acompañamiento armónico con la sana intención de abrazarnos con su música, a través de una voz cálida y abierta, sin demasiado uso de secuenciadores, con la fuerza de las dos guitarras, la española y la eléctrica, el ritmo grandilocuente de una batería completa y unos teclados magistrales que en más de una ocasión dieron las notas precisas para el sosiego del cantante y para el nivel de calidad de la propuesta, con tempos más lentos y con menos notas alargadas.

Por otra parte, el trabajo corporal de este artista siempre deleita y es signo de identidad. En cada tema derrocha fuerza. Entre tema y tema resuella, para agradecer y recuperar el aliento. Su expresividad corporal es única. Se retuerce entre sus brazos, con la frente alta y el cuerpo dirigido a dar de sí con una respiración amplia y profunda usando de manera muy profesional todo el soporte vocal. Un cantante que ya había demostrado con anterioridad una forma muy personal de subir y bajar tonos usando el diafragma y los abdominales. Ahora, quizás lo consigue con más físico. Acostumbrado a innovar y ofrecer nuevas propuestas, su concierto estuvo lleno de fuerza, de capacidad de transmisión y de un adecuado mimetismo entre letra y música. Pocos artistas andaluces han sabido remar contracorriente defendiendo sus singladuras por el mundo de la música. Pocas veces hemos asistido a un profesional, que sabedor de sus virtudes y de sus defectos, haya moldeado su carrera para que, los directos, como en esta ocasión, refrenden el enorme trabajo que hay detrás en la construcción de estrofas, del desarrollo musical en la sombra y de arreglos repensados para dotar de novedad musical cada nueva propuesta que ha ido haciendo.

El rey mago que fue, que siempre ha sido, disfrazado ahora de cantante, y que nunca ha dejado de serlo, es capaz de hacer magia con sus cuerdas vocales, con la sana intención de endulzar con el caramelo de la melodía los cientos de ojos que le miraban y las decenas de tímpanos que poco a poco se han ido embriagando de su voz cálida nada aspirada, de su textura de grado neutro nada metálico y que al cantar, como si de canciones de cuna se tratasen, reflejaba a ese padre boquiabierto con un hijo, embelesado con la inspiración de las musas a modo de recuerdo infantil de los Magos y del crío que es capaz de sentir con ojos de niño.

Intercalando canciones de su nuevo trabajo con otras ya conocidas, hace de la sucesión de temas una forma de abrazar al público. Invitando a artistas nuevas como Martina, a compartir escenario, abrazados en las tablas, define su generosidad. Creando estrofas tan personales, para sí o para otros artistas, demuestra vocación de entrega. Entrando en el trasfondo de cada letra alcanza a elevar las emociones de manera que se pasa de un estado pasivo en el patio de butacas al de un nirvana musical con la tonalidad más adecuada del pop jerezano más auténtico.

Un David DeMaría más maduro a nivel profesional que engrandece su figura sin dejar sus raíces de pop nacional, pero aderezadas con las mariposas acústicas del soul, las baladas sentimentales de la luna llena y los acordes de seda de la rumba. Mensajes escondidos entre las estrofas donde la experiencia vital de las relaciones amorosas o de las personales son las protagonistas y tienen cabida para acercarse aún más a su público, para, despojados de mascarillas, acercarse con su mirada, sus manos y su garganta a los presentes, haciéndoles llegar el abrazo más sincero que pueda dar alguien empeñado en crear música a modo de abrazo de sensaciones permanente a los demás. Las ganas de estar cerca del público, el anhelo de que sus letras se entiendan como enredaderas del alma para los que escuchen sus discos y esos colores del sonido que es capaz de pintar con su tracto vocal henchidos de sentimientos hacen de este cantante uno de los mejores ejemplos de artistas del alma con ganas de que el reloj de arena no se rompa, que los abrazos y los apretones de manos, sean metáforas musicales en sus estribillos ya conocidos y tarareados y que sea inspiración para toda las almas que lo siguen y lo tienen catalogado como poeta de los sentimientos.

El abrazo imaginario que define a un cantante que encandila con su música para dejarse querer y firmar una amistad musical empática con notas y ritmo. De esa forma, el alma de generosidad extrema que encierra, se escapa para entrar sigilosamente en las neuronas de sus seguidores. Ese mundo de vibraciones de energía puede ser el mejor de los recuerdos de un concierto que puede ser definido como un antes y un después en la carrera de este artista de los abrazos. De la magia y de la entrega. Habiendo tomado la alternativa en una plaza de primera. La de su tierra. Para que dentro de muchos años, por los adoquines de la calle Medina o por los semáforos de la gran vía madrileña se le pueda preguntar aquello de qué tal estás, qué tal te fue, qué tal te ha ido. Y la respuesta sea algo parecido a lo que él sabe contestarle a su propia vida: de fábula, preciosa mía.

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