Cultura

"Tenemos equilibros precarios, pero a veces patinamos por buenos motivos"

  • El autor cántabro presenta esta tarde, en la Feria del Libro del Cádiz, la novela 'El temblor del héroe', con la que obtuvo el último premio Nadal · "Hay que pensar que nosotros mismos somos una selva"

Se empeña en señalarnos, en su última novela, cuáles son nuestras enrarecidas inercias. Los bloqueos emocionales, los parasitismos complacientes, el qui por quod de las relaciones, las abulias emocionales. Alvaro Pombo (Santander, 1939) presenta esta tarde en la Feria del Libro El temblor del héroe, la novela que le valió el premio Nadal de este año.

-Quisiera felicitarlo por haber creado un personaje tan repugnante como Bernardo. Llama la atención lo desentrenados que podemos estar ante este tipo de actitud abusiva, ante ese descaro.

-Bernardo es muy normal, es muy corriente, es un fresco al que le importan un pito todas las cosas que vive en la vida. Es una mala persona. En la novela, los médicos no están desentrados, porque son buenos médicos, pero a Román lo pilla por sorpresa: ha perdido la tensión muscular. Ocurre como con los músculos del cuerpo humano: uno puede ser muy fuerte y tener fuerza cero; pues la mente, la inteligencia, la conciencia, son iguales, se destensan si no estamos alerta. Nos pasa a todos: el mal puede parecernos banal, aquello que se dice de la banalidad del mal. La historia es una hipérbole, claro, una especie de parábola. Un apólogo, como lo son los cuentos, con una parte exagerada para que sepas de qué va todo. Pero también se presentan cosas muy reales, por ejemplo, lo de la frescura de la gente. Ese "ahí te quedas" y "a mí plín, duermo en Pikolín".

-¿Cómo se le ocurrió la figura del patinador?

-Tengo un amigo que patina. Y me pareció una buena idea: ya Sartre transcendía sobre el patinaje en El ser y la nada. Pasar deslizándose por la realidad. Patinar es una cosa estupenda. Mis mejores amigos son patinadores.

-Otros, sin embargo, no pasamos de los grandes patinazos.

-El patinazo es el patazo del deslizarse. El patinar se interrumpe y se pega uno un tortazo. Se rompe el juego entre el equilibro en hielo o en la acera y algo hace que uno se descompense y se vaya al suelo. Y nuestros equilibros son precarios muchas veces. A veces patinamos por buenos motivos, ¿eh? Y también patinan los buenos.

-Patinar refleja, además, el transfondo de toda la historia: esa habilidad nuestra para pasar de puntillas por las cosas.

-Para pasar por encima, para pasar hoja. Para no pasar hoja hay que tener una voluntad de fijarse. Hay que tener educada la atención y fijarnos en lo que nos pasa y en lo que les pasa a los demás, es una acción voluntaria. Pero todos nosotros pasamos un poquitín de las cosas. Como en El Buen Samaritano, todos alegamos algo que hacer. Siempre hay una excusa.

-Es un libro lleno de citas y reflexiones filosóficas...

-Sí, tal vez demasiadas...

-A eso sí que está una desacostumbrada, casi me escuchaba crujir el cerebro...

-Bueno, tanto como crujir... No soy el primero en hacerlo, por supuesto. T.S. Elliot ya lo hacía: esa idea de unir a la propia elocuencia una especie de fondo de ilustración donde está situado el mundo intencional de lo que se cuenta. Aquí hay citas de todo tipo, como la comparación entre la traumatología y la teoría de los cuerpos gloriosos de Tomás de Aquino -cuando, como los médicos saben, un cuerpo tras un trauma no se queda como estaba-. Claro que todos querríamos resucitar, pero con con veinte años (risas).

-A leer sobre Eugenio y Elena, los traumatólogos, uno piensa en la necesidad de alguien que nos trate la esencia, sí. Tal vez no tanto la osamenta.

-Pero también la osamenta. También la vertebración. No olvidemos que Ortega y Gasset tiene un libro que se llama La España Invertebrada, donde recoge todo el daño que han hecho nacionalismos, paletismos, caciquerías...

-El personaje de Román es un homenaje al catedrático de Filosofía Oswaldo Market.

-Oswaldo Market fue un profesor sevillano muy importante en mi educación. Le he tenido siempre reverencia y respeto. El personaje de Román no es un retrato pero sí evoca su figura como ejemplo de lo que debe ser un profesor de algo muy pesado, como era Historia de la Filosofía Española, algo que había, básicamente, que inventar. Gracias a él recuerdo mi último curso como un momento de gran inspiración, de gran aliento inventivo y de elocuencia narrativa.

-Pues tuvo suerte...

-Pues sí, sí que tuve suerte con mis profesores, igual que con José Luis Aranguren... ¿Cómo va?

-Bien, bien.

-¿Qué está haciendo, grabando, tomando nota...?

-No, estoy mecanografiando, como se diría a lo antiguo.

-Oh, qué gran habilidad. Debe ser buena redactora.

-A propósito. Dice usted en la novela: "Cuando Héctor llamó, sintió una mezcla de incordio y curiosidad. Odiaba las entrevistas y detestaba a los medios de comunicación". Por si acaso, he de decirle que en el pecado llevamos la petinencia...

-La curiosidad no siempre es buena, va a menudo cubierta de ciento sentimiento de culpa y no es, quizá, una buena consejera. A veces es tonta, como cuando estamos aburridos, como le ocurre a Román con Héctor. Pero de verdad que me llevo bien con los medios. De hecho, suelo aprovechar parte de las preguntas que me han estado haciendo en estos meses, por ejemplo, para explicar y desarrollar luego cosas del libro.

-Es curioso que Héctor juegue a ser depredador cuando, en realidad, es la víctima perfecta.

-Sí, es la víctima redonda, perfecta. No es un predador. Coquetea con ello pero tiene el ego frácil, necesita de la estima de los demás. Posturea un poco, es decir: adopta posturas que no son suyas, rastros o máscaras. Y una de las máscaras no se le despega ya de la cara.

-Old men ought to be explorers, cita. Casi por el bien de los que les rodean, me atrevería a decir.

-Tengo un amigo que, cuando deja a los niños en el colegio, va a nadar por las las mañanas. Y se encuentra siempre a un señor de mi edad que se hace largos, y largos, y largos. Son exploradores también, esas personas de tercera edad que están explorando su propio cuerpo. Una exploración inteligente nos puede descubrir enormes posibilidades en nosotros mismos.

-A falta de Himalaya o cataratas Victoria, la fauna humana puede resultar bien apasionante.

-Hay que pensar que nosotros somos una selva. Cuando Dante decía aquello de "En medio del camino de nuestra vida, me encontré por una selva oscura", se refería a sí mismo, entre otras cosas.

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