Arquitectura · La belleza intangible

Un espacio divino

  • Los Claustros de Santo Domingo es sin duda uno de los mejores edificios de la ciudad.

A partir del año 1340 en que tuvo lugar la batalla del Salado, tras la que se selló la seguridad de la frontera, la ciudad comenzó a expandirse más allá del recinto intramuros. La orden de los dominicos, presente en la ciudad desde la conquista, recibió un importante privilegio por parte de Alfonso X el Sabio fechado el 13 de noviembre de 1267 por medio del cual les fue concedido un campo y una huerta situados a la salida de la puerta de Sevilla, lugar en el que existía una mezquitilla. Más adelante les fueron concedidos también terrenos cultivables en dos ubicaciones diferentes: ochocientas aranzadas en Guadajabaque, en el camino hacia Sanlúcar de Barrameda, y doscientas en Tabajete, al sur de Mesas de Asta.  

 

Nació así la construcción de un convento que alcanzaría con el tiempo un espectacular nivel arquitectónico. Hacia mediados del siglo XIX, con la exclaustración de los dominicos y tras las sucesivas desamortizaciones,  quedó subdivido: de una parte  la iglesia y el actual convento y de otra un conjunto de edificaciones, entre las que se encontraba el claustro gótico, que pasaron a manos privadas. En 1983 como consecuencia de la expropiación de Rumasa Los Claustros fueron cedidos al Ayuntamiento de la ciudad, que tras largos años de demora, pudo realizar las obras imprescindibles de rehabilitación, convirtiéndolo en un equipamiento cultural/espacio multiusos, cuyo potencial está todavía por explotar en un porcentaje elevado.

 

El conjunto actualmente en uso lo componen, además del patio y las galerías porticadas que lo envuelven, la antigua nave del refectorio y la sala De profundis que fue utilizada como dormitorio común. El refectorio era el antiguo comedor y en él existe un vano donde existió un púlpito desde el que se leían las sagradas escrituras mientras los monjes comían. Fue construido por Bartolomé Sánchez a partir de 1567 y está cubierto por una gran bóveda de cañón. La sala De Profundis es una gran estancia cubierta por bóvedas de crucería cuyos nervios entregan en ménsulas. Diego Jiménez de Alcalá fue el autor de su trazado y las obras se iniciaron en 1529. El muro que la limita respecto de la galería del claustro presenta un importante desplome en su tramo central, como consecuencia de un desequilibrio de fuerzas entre el empuje de las bóvedas de crucería de la sala frente al de las bóvedas del claustro, también de crucería, y sus contrafuertes. A este conjunto se accede desde la calle a través de vestíbulo en el que se encuentran las escaleras que conducen a la planta primera, actualmente sin uso.

 

El pasado sábado se inauguró en la sala De Profundis la muestra Don Juan, don Juan, los muertos se filtran por las paredes, exposición colectiva de artistas de la zona comisariada por el pintor Juan Ángel González de la Calle. La temática elegida coincide con las fechas que estos días atraviesa el calendario: el día de Todos los Santos y el de los Fieles Difuntos. No se trata de una broma sino una reflexión de un grupo de artistas sobre un asunto que a todos nos importa: la muerte física. Es cierto que hay personas que la tendrán muy presente y estén sintiendo un profundo dolor por la inminencia o la reciente muerte de seres queridos. Pero también lo es que el sentido del humor debe presidir nuestras vidas y, cómo no, nuestras inevitables muertes, que tarde o temprano se han de producir, esperemos que tarde.

 

Con ese sentido del humor se ha planteado esta cita del arte promovida por la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Jerez. La larga lista de artistas en la que se combinan pintores de prestigio y reconocimiento general con jóvenes talentos que pronto lo alcanzarán, es motivo suficiente para visitar la exposición, si no lo fuera el propio espacio de Los Claustros, que lo es, y que cualquier oportunidad es buena para repetir la experiencia de recorrerlo. 

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