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Arquitectura · La belleza intangible

El espacio del flamenco (y II)

EL día había amanecido frío por primera vez en aquel raro invierno de temperaturas primaverales y sin lluvia. Esos sábados los jerezanos suelen llenar las calles del centro: desayuno en los bares y paseo por la calle Larga, escaparates y recados. Muchos acuden también al mercado. Durante el puente  del día de Andalucía y en pleno Festival Internacional de Flamenco, la ciudad bullía. La primera de las actuaciones fue en el refectorio de los Claustros de Santo Domingo. Se le llaman así, en plural, aunque es uno solo el que la gente conoce. El otro, más pequeño, pertenece a la zona de clausura del convento. El refectorio es una sala espléndida aunque mal acondicionada: mala acústica (al menos tal como está orientada), mala temperatura y sillas inapropiadas. Aún así, los jóvenes de Al son de Pepe del Morao lograron hacer entrar en calor al numeroso público congregado con su compás animoso y la guitarra susurrante de Pepe. El segundo pase se desarrolló en el centro del patio, en torno al cual se desarrolla el claustro propiamente dicho, obra de orfebrería en piedra. En este caso se incorporaron las preciosas voces jóvenes de Fania, Sandra, María y Tomasa, que animaron al personal, ahora más a gusto con la temperatura, la mayoría sentados en la zona donde daba el solecito.

Al final de la mañana, tras el paso de Anamarga por La Plaza, Ana de los Reyes descubrió para unos espectadores privilegiados otro lugar donde el flamenco, y seguramente otros espectáculos, tiene unas posibilidades extraordinarias: La mezquita del Alcázar. Siendo como es, uno de los edificios públicos mejor cuidados, y pese a las dudas sobre la autenticidad de lo que hoy vemos, es también uno de los más hermosos de la arquitectura del pasado. Iluminado naturalmente por el llamado patio de las abluciones y por la linterna que le imprimió carácter “cristiano”, el espacio mantiene un ambiente sereno e intimista, muy apropiado para el cante, el toque y el baile. Y para compás del piano de José Zarzana. Dos días más tarde, en el exterior y en otros interiores del recinto del Alcázar,  Belén Maya, propondría un espectáculo en el que de nuevo el espacio y sus recorridos son los que articulan la actuación. Otro espacio muy especial es el claustro pequeño del Convento de San Agustín, incorporado a la sede de algunos departamentos de la Delegación de Urbanismo. La intervención talentosa aunque discutible realizada por el insigne arquitecto Juan L. Trillo que convirtió el patio en una sala cubierta y descubrió un ala del claustro para convertirla en un patio inundado que la ilumina, permitió obtener esta sala que resulta proporcionada y confortable. De ese espacio se apropió Mercedes Ruiz para arrastrar su Lamento por el entarimado de la sala.

En las jornadas siguientes entrarían en juego las bodegas, fueron muchas y bien elegidas, y los artistas supieron proponer planteamientos en los que su arte y el lugar se fundían inevitablemente. Bajo las vigas de madera de La Constancia de González Byass, La Moneta y su laboratorio coreográfico de flamenco urbano lograron conmover a un público entregado. El Cuadro es una de las bodegas más singulares del XIX. Esencial fue el espectáculo de Isabel Bayón. Mención especial para la de Los Arcos de Lustau. Como su propio nombre indica es una bodega construida con tres líneas de apoyo aligeradas mediante arcos que da lugar a un espacio con cuatro crujías (crujía es el espacio longitudinal contenido entre dos muros de carga, en este caso arcadas). La bodega en sí estaba desmontada, es decir, sin botas, aunque no se habían desmontado las durmientes de la solera. En ese suelo complicado de recorrer bailó Ángel Muñoz el Electroflamenco propuesto por Artomático, acompañado de Nacho Arimany con sus especiales percusiones. Otra antigua bodega convertida en sala de espectáculos, La Quemá, acondicionada a base de cortinajes negros que le dan la suficiente abstracción para ser un espacio multiuso, fue el lugar donde María del Mar Moreno y Jerez Puro, con Gaspar de la Zaranda interpretaron el desgarrador Corral de Muertos. Apropiadísimo.

La ciudad del flamenco, es decir Jerez, ha cerrado su XX Festival con el éxito habitual. La apuesta novedosa de abrir otros espacios de la ciudad a los visitantes y al espectáculo, no puede sino ser un aliciente más para los responsables de que, definitivamente, la ciudad encuentre la manera de fomentar que el flamenco, uno de los pilares de la cultura local, se convierta también en una vía de prosperidad económica para todos. 

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