Diario de las Artes

La feliz fiesta de los sentidos

  • Irene Cuadrado

  • Sala Rivadavia

  • Cádiz

Detalle de 'Autorretrato en la sombra'.

Detalle de 'Autorretrato en la sombra'.

Hay quien manifiesta que la pintura no tiene futuro por culpa de las nuevas tecnologías. Absurda teoría de desinformados o de malos pintores que son capaces de poco y que buscan huir de sus infinitas carencias refugiándose en subterfugios que nada tienen que ver con el verdadero arte. A la pintura se le diagnosticó hace mucho tiempo su segura desaparición. Suprema equivocación promulgada, también, por los abanderados de la nada o de apocadas causas pseudo perdidas que querían patentizar vacías argumentaciones para promover espurios intereses tangentes a lo auténtico y elevar a máximas categorías otros asuntos menos rigurosos. La pintura ni se ha acabado ni ha atemperado su ancestral contundencia creativa ni ha sucumbido a los modernos esquemas de maneras inseguras y de escasos buenos planteamientos.

Todo lo contrario, la pintura está más viva que nunca, promueve estamentos de suma trascendencia, se abre a infinitas perspectivas de modernidad, otea y se asienta en los más insospechados horizontes, genera una riqueza artística tan afortunada como la tuvo en las épocas doradas de su longeva existencia y, además, se sigue pintando muy bien, existen mejores pintores que nunca – el tiempo, la historia y el saber lo confirmará – y, sin duda alguna, poseen mayor clarividencia, dimensión artística y formación como nunca se ha dado y como jamás ha existido. Por eso, invito a los agoreros equivocados a que se informen mejor y a que formulen sus hipótesis de una manera mejor sustentadas.

Si alguien pone en duda esta particular visión sustentada en cuarenta años de experiencia, observando casi a diario la realidad artística existente, aconsejo que se detengan en la Sala Rivadavia y comprueben la absoluta realidad pictórica de Irene Cuadrado, una pintora madrileña, con un amplio bagaje a sus espaldas a pesar de su, todavía, aplastante juventud. Una artista curtida en muchas buenas lides artísticas y comparecencias en escenarios de auténtica solvencia expositiva; también, con obras en importantes colecciones de España y el extranjero. Algo que no es de extrañar observando las calidades de una pintura que ella hace grande y dota de especialísimo interés creativo.

Irene Cuadrado es una pintora viva porque hace un arte vivo, poderoso, entusiasta y con un desarrollo plástico que descubre una autora experimentada, valiente y con solvencia para afrontar cualquier asunto. Es una pintora viva porque hace una pintura determinantemente viva, que plantea los máximos, justos y necesarios postulados de la gran pintura; esa que es clásica por eterna y porque, como decía el Guerra, es clásica porque no se puede hacer mejor.

La exposición nos pone en sintonía total con una pintura amplia, perfectamente definida; con una estructura de máximos donde una especie de horror vacui domina una escena llena de todo tipo de elementos cotidianos que componen una especie de estética de aluvión donde parece que se superponen los distintos objetos que componen la escena pero que, sin embargo, cada cual ocupa su lugar distintivo. Se trata de la representación de una realidad especial que pierde algo de su potestad visual para adoptar una nueva dimensión ilustrativa. Estos cuadros de compacta naturaleza, con ropajes, bultos bien distribuidos en un ordenado caos, recuerdan, en la lejanía, aquellas pirámides de viejos ropajes que Michelangelo Pistoletto hizo en variadas y célebres composiciones. Aquí, Irene Cuadrado, no hace montañas de telas; pinta con sumo acierto escenarios llenos de objetos que, en distintos momentos, colorea con circunstanciales cromaciones que acentúan el propio espacio representado con una suma calidez pictórica.

La muestra que alberga las salas de la Diputación en el Consulado de Argentina es un feliz canto a la pintura; una auténtica fiesta de la pintura diría yo. Las cuidadas piezas que se nos ofrecen descubren a una pintora nata, sabia, lúcida, con un conocimiento técnico aplastante y un dominio absoluto de una escena pictórica a la que ella impone los máximos postulados de un arte que hace más grande en cada pieza. En sus obras, todas parecidas y todas distintas, realiza un alarde de sobriedad, de recursos formales, de técnica y de oficio artístico. No son piezas efectistas, de falso virtuosismo para empatizar miradas de fácil convicción. Con un particular desarrollo plástico, con la representación acertadamente posicionada y con los postulados de lo real marcando sus poderosas áreas de influencia, la artista desarrolla un esquema riguroso que llena de elementos, planteando unos desenlaces pictóricos que envuelven de plasticidad la propia realidad representada. ´

La pintura de Irene Cuadrado cuenta una feliz historia donde la mirada se pierde en un laberinto compositivo para reencontrar una feliz salida a un horizonte de esplendor artístico. Porque un esplendoroso paisaje de formas – sus monocromías polícromas -, de sutiles elementos constitutivos – “Montones de cosas sobre post-it”, “Vida líquida. Montón de patos”- hacen participar de un juego ficticio con la verdad auténtica de una pintura en abierta expansión.

Artistas amigos, me habían hablado muy bien de la pintura de Irene Cuadrado – algo a tener en cuenta pues no es habitual que existan juegos florales laudatorios en la profesión -; también lo habían hecho algunos alumnos que asistieron a sus esclarecedores cursos. Ahora, con la obra delante, la realidad supera ampliamente a las opiniones. Creo, vuelvo a repetir, que se trata de una auténtica fiesta de la pintura. Una fiesta que se ajusta a esa realidad aplastante donde la mirada se llena de emoción y lo que se observa pellizca el alma. Es decir, la verdad absoluta del arte.

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