Cultura

La terna sale a hombros en la LXII Corrida Goyesca de Ronda

  • Manzanares, Miguel Ángel Perera y Cayetano se reparten ocho orejas de un deslucido encierro de Luis Algarra con el tradicional cartel de "No hay billetes"

Manzanares, Perera y Cayetano se repartieron ocho orejas y salieron a hombros en Ronda tras la LIII Corrida Goyesca, ante una deslucida corrida de Luis Algarra.

Se lidiaron siete toros -el séptimo sobrero de regalo- de Luis Algarra, correctos de presentación y deslucidos.

José María Manzanares: ovación y dos orejas. Miguel Ángel Perera: oreja, vuelta y dos orejas en el sobrero de regalo. Cayetano Rivera, oreja y dos orejas. Lleno de no hay billetes en tarde calurosa. Cayetano estrenó un traje diseñado por Giorgio Armani.

Abrió el cartel Manzanares, al que le correspondió de inicio el animal con más nobleza del encierro, aunque carente de fuerza. No fue suficiente su esfuerzo por cuidarlo en los primeros tercios, por lo que llegó demasiado parado a la muleta en una faena a la que le faltó la emoción que el animal no ponía y que se cerró con una ovación.

Al cuarto le desarrolló una faena estética en la que mostró la elegancia de su toreo y con el que estuvo contundente con los aceros.

Perera lució en un quite por tafalleras enlazadas con gaoneras en el primero de su lote, un animal que brindó a Rivera Ordóñez, empresario de esta plaza. El extremeño se mostró muy firme ante un toro exigente que duró poco y al que cortó un apéndice.

Al quinto se lo pasó en dos ocasiones cambiado por la espalda en el inicio de la faena, continuando con la mano muy baja. El de Algarra, pobre de casta, terminó entregado al matador en una faena de cortas distancias. Como el palco le concedió la oreja que le habría supuesto la puerta grande, lidió el sobrero, con el que se pudo disfrutar de la faena más compacta de toda la tarde. Las tandas de derechazos iniciales ya levantaron el ambiente, hasta terminar con la afición entregada en las bernardinas finales.

Cayetano recibió a su primero, de capote rodilla en tierra, si bien sólo fue una faena de detalles por la poca duración del astado. El sexto fue un animal que se desplazaba desde largo y al que instrumentó tandas en redondo de gran elegancia. Entregado el torero con la plaza y viceversa, al final paseó dos orejas.

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