Cultura

El humo de la vida

  • Cameo edita en DVD 'Le quattro volte', insólito híbrido entre documental y ficción dirigido por Michelangelo Frammartino

Presentada en la Quinzaine des Realisateurs de Cannes 2010 y estrenada de tapadillo el pasado verano apenas en Madrid y Barcelona, Le quattro volte nos reconcilia con la sencillez, el rigor y la paciencia como herramientas para hablar de las esencias más profundas de la vida desde el poder fabulador del lenguaje cinematográfico.

Un pueblo de Calabria y alrededores: un pastor anciano y achacoso (hombre), un rebaño de cabras en el que nace un nuevo cabrito (animal), un gran árbol talado para presidir las fiestas locales (vegetal), finalmente convertido en carbón y humo (mineral). Con esos elementos, Frammartino (Il dono) construye toda una epopeya rural sobre el ciclo de la vida, haciendo de su mirada, siempre atenta a lo azaroso, paciente en su espera del plano significativo, sorprendentemente demiúrgica en su coreografía de los elementos de la realidad, el principal dispositivo que activa una narrativa circular que, en palabras de Santos Zunzunegui, "propone una lección de nihilismo y materialismo difícilmente rebatible".

Se trata aquí de ordenar el mundo rural, su tempo y sus rutinas, buscar el relato escondido en los gestos cotidianos, calibrar el azar y el cálculo, dotar de sentido a lo visible y lo invisible, hacer, en definitiva, filosofía básica sobre la transformación de la materia y la lógica implacable de una "naturaleza indiferente".

Podemos intuir el trabajo de investigación previo, el reconocimiento del terreno, su respiración y sus gentes, los pactos para el juego y la reinterpretación, los descartes y ensayos, las inquietantes miradas subjetivas. Nos cuesta más trabajo ya imaginar el diseño del recorrido errático de la cabrita perdida en el monte, el instante en el que se frena, temerosa, antes de bajar un escalón, la espantada del rebaño al caer una escoba al suelo o, como en la que sin duda es la secuencia estelar de la película, el cúmulo de circunstancias y casualidades que han de darse (o manipularse) para que un perro persiga y ladre a una procesión, vaya y venga a lo largo de una carretera, quite el tope de la rueda de una camioneta, ésta se empotre contra la puerta del corral y provoque que las cabras escapen para acabar encaramadas a una mesa de la casa del pastor, que yace enfermo en la cama. Y todo en un mismo plano-secuencia. Inevitable no pensar aquí en los grandes maestros del slapstick mudo, en Jacques Tati o en Roy Andersson. Frammartino aguanta el plano, apenas realiza una panorámica de derecha a izquierda y espera (u orquesta) el milagro, el gran gag a las puertas del pueblo.

El ciclo de la vida (y la muerte). El cine puede materializar la transmutación de la materia con un simple gesto de montaje. El anciano es enterrado en un inquietante plano desde interior del sepulcro, el sepulturero sella la tumba, se hace el negro (eco resonante). Un corte brusco nos lleva a la imagen de una cabra pariendo: una cabrita cae al suelo empapada en líquido amniótico. Una vida se ha ido, otra viene, y el cine trabajando de por medio.

Dominada por el poder del plano fijo, la polifonía de los sonidos del entorno y la total ausencia de la palabra, Le quattro volte va un poco más allá del mero ejercicio documental o etnográfico. La película trasciende su voluntad de retrato neorrealista de costumbres de un entorno en vías de extinción para reclamar el poder del cine como poderoso instrumento fabulador y reflexivo. No se trata aquí, aunque también, de lo anecdótico o lo pintoresco, de un anciano que cree que en los poderes curativos del polvo de la iglesia, de una cabrita desorientada, de unos rituales de cohesión y celebración comunitaria o de una hormiga como gran espectáculo de la naturaleza. Se trata, en definitiva, de cómo el cine y una mirada pensante pueden dotar de sentido narrativo, existencial o incluso trascendental a todo ello.

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