Diario de Jerez y el Instituto Chárbel de Neurorrehabilitación han organizado la exposición ‘Ictus y arte’ , que se inaugura el próximo jueves, día 18, en la sala ‘ArteaDiario ’, a las 20 horas, para mostrar uno de los aspectos menos conocido del ictus, el de la capacidad creativa y artística que desarrollan algunas de las personas que lo sufren.
La muestra coincide con la conmemoración de los Días del Daño Cerebral Adquirido (DCA) y del Ictus (26 y 29 de octubre) y recoge las obras pictóricas realizadas por Isabel Rebollo, Purificación Flores, María José Lloret, Eduardo Mejías, José Ángel Bueno, Isabel Díez, Antonio Rodríguez y Pedro Delfa . Todos adoptaron la pintura como una afición y una terapia, después de sufrir un ictus.
Sus obras reflejan las ganas de vivir y de superar día a día esta enfermedad, que es la primera causa de dependencia y la primera causa, también, de mortalidad en mujeres y la segunda, en hombres. Estas son sus historias.
Tres testimonios
Purificación Flores (eljas, cáceres, 1963)
"Delante de un lienzo, mi mente sólo tenía hueco para el cuadro"
Purificación Flores, Puri, estaba viendo en la tele un partido de tenis junto a su hijo. Ese viernes, 16 de abril de 2010, sintió en un segundo cómo perdía el control de la mitad de su cuerpo y cómo el sonido de su voz se hizo apenas perceptible. Después de pasar quince días en el hospital con un diagnóstico aterrador, comenzó la batalla para recuperar la movilidad de su pierna y brazo izquierdos. Puri era maestra de formación y trabajaba en los Juzgados de El Puerto hasta ese momento. “Fui consciente siempre de la gravedad de lo que tenía, pero también sabía que se me iba a quitar. Ya había superado una operación a corazón abierto, y el ictus no iba a poder conmigo”. En el Instituto Chárbel estuvo dos años realizando terapias que le permitieron recuperar el control de su pierna y parte del brazo. En el rostro no le quedó ninguna secuela. Ya con el alta, decidió el rumbo de su vida. Se apuntó a la piscina y aprendió a nadar. Se matriculó en Historia en la UNED, retornó a los estudios universitarios, y devoró libros, que la salvaron “de la locura”. Dispuesta seguir reinventándose, tomó clases de óleo en Valdelagrana y sin saber dibujar ni coger un pincel, se puso delante de un lienzo y quedó atrapada por la pintura. Lo que empezó siendo una actividad para echar el rato y unas risas, se acabó convirtiendo en algo que la hacía feliz. “Le cogí gusto a pintar las sombras y las luces, al color. Delante de un lienzo, mi mente sólo tenía hueco para el cuadro, no pensaba en nada ni en nadie más”. Pinta, sobre todo, paisajes porque “ni las caras, ni los pucheros van conmigo”. Después de volver de un crucero por Grecia con su hija, se trajo unas imágenes de Santorini. El azul del cielo confundido con el del mar y el blanco cegador de las casas, la cautivaron del tal modo que comenzó a pintar sus rincones. “Ahora dicen de mí que soy una experta en pintar esa isla”, afirma entre risas.
María José Lloret (MARTOS, JAÉN, 1956-2017)
"La enfermedad no la dejó postrada, ella no lo permitió", dice su marido
María José Lloret sufrió un ictus con 45 años que le dejó paralizada la parte izquierda de su cuerpo. Antes pintaba en sus ratos libres. Tenía una sensibilidad especial para el arte. Un año después de sufrir el ictus, decidió que retomaría la pintura como afición y terapia, pero también, que esta vez lo haría guiada por los consejos de un maestro. El pintor Manolo Virella le sirvió de guía en esta nueva fase pictórica. Quería perfeccionar las técnicas. Al principio, sólo podía puntear las formas que deseaba plasmar sobre el lienzo, pero poco a poco fue recuperándose y dando pinceladas cada vez más precisas. En el estudio de su casa en Cádiz pintaba poco, prefería hacerlo durante las clases de pintura con Virella. La pintura la hacía feliz, igual que leer y viajar con su marido Guillermo Álvarez y con sus hijos Guille y Jaime. En sus viajes sacaba fotos e ideas para sus cuadros y, la mayoría de las veces, los organizaban buscando esas imágenes que María José quería llevar luego al lienzo. María José pintaba al óleo. Antes y después del ictus fueron recurrentes los retratos de mujeres serenas, relajadas, un poco picassianas, mirando al horizonte. Igual que los cuadros de paisajes otoñales con castaños, robles o hayas. El mar, y sus tonalidades de azul, y los retratos de sus seres queridos ocupan también buena parte de su producción pictórica. El ictus tampoco le impidió buscar fotos y experiencias en Argentina, Tailandia, Italia, Grecia o Noruega. “Si no puedo conocerlo todo, conoceré una parte”, explicaba mientras organizaba los viajes. “La enfermedad no la dejó postrada, no lo permitió”, recuerda su marido. María José era psicóloga y, con esa formación y su propia experiencia como enferma de ictus, hablaba con otros enfermos de ictus o de daño cerebral adquirido (DCA), para que no se dejaran y se mantuvieran ocupados. María José afrontaba con humor sus limitaciones físicas, “conmigo no vais a hacer ni una cola en Florencia”, comentó a sus amigas durante su visita a la monumental ciudad de la Toscana. María José era una mujer luchadora. Después del ictus no descuidó su aspecto nunca, le gustaba arreglarse y hasta pensó en que un artista le decorara la férula, que tuvo que llevar para corregir el pie equino, porque era poco estética. María José le fue ganando terreno al ictus durante quince años, en los que no paró de hacer cosas y de transmitir alegría y ganas de vivir, recuerda Guillermo. El año pasado, mientras buscaba entradas para ver la obra de teatro ‘La velocidad del otoño’, protagonizada por Lola Herrera, y preparaba un nuevo viaje a Salamanca en busca también del otoño, María José sufrió un segundo ictus que, esta vez, no pudo vencer. María José Lloret falleció el 28 de octubre de 2017. No sólo estas tres artistas, que recibieron tratamiento en el Instituto Chárbel de Jerez, expondrán sus obras en la Sala ‘ArteaDiario’. La exposición la completan otros cinco enfermos de ictus o DCA procedentes de los centros Polibea y Lescer, de Madrid. Isabel Díez (Madrid, 1984) presenta esta obra titulada ‘Canadian forest’. La pintura es para ella una terapia y mantiene un blog en el que muestra su extensa producción pictórica. Antonio Rodríguez (Madrid, 1959) trae su cuadro de mujer en la orilla. Le dedica mucho tiempo a la pintura, afición que no practicaba antes de sufrir el ictus. Pedro Delfa (Madrid, 1957) recibe clases de pintura y ha colgado sus cuadros en la tienda de decoración que tiene su mujer en Madrid. Tampoco pintaba antes de sufrir el ictus. En la muestra también pueden contemplarse las obras de Eduardo Mejías (Madrid, 1957) y José A. Bueno (Madrid, 1971). El primero retomó su afición después de sufrir un ictus, mientras que el segundo llegó a la pintura después de la lesión.
Isabel Rebollo (El Puerto, 1943)
"Cuando pinto no pienso en la tristeza"
Isabel ya pintaba antes de que en marzo de 2013 le sobreviniera un ictus. Tras la muerte de su marido en diciembre de 2011, entró en una profunda depresión, y las clases de pintura y sus primeros brochazos sobre un papel en blanco fueron la terapia. De la mano de Begoña Grosso aprendió entonces a manejar los pinceles y a mezclar colores aguados. Sus primeras acuarelas amortiguaron la depresión, pero poco después, un ictus la dejó postrada en una silla de ruedas y con la parte izquierda de su cuerpo inmovilizada. Unos meses más tarde, todavía sometida a las terapias de neurorrehabilitación, decidió que la pintura la ayudase de nuevo en la recuperación. Los cuadros en tonos pastel, de bodegones, sobre todo, que pintaba antes del ictus, dejaron paso a otros, después, donde el horizonte, los caminos sin final y el color rojo son predominantes. Pintora prolífica, es autora de más de 210 acuarelas y ha expuesto en cuatro ocasiones. Isabel asegura que pinta porque se siente feliz. “Cuando estoy ante el papel no pienso en la tristeza por la ausencia de mi marido, ni en mis hijos, ni en el ictus, sólo en la pintura y en los colores, y siento un inmenso bienestar”. Pinta todo lo que le gusta de las láminas, cuadros o fotos que caen en sus manos. La temática es recurrente, bodegones, paisajes con un camino y un horizonte y, últimamente, el mar confundido con un horizonte donde el sol se ve o se intuye. Los bodegones han sido, antes y después del ictus, una manera de usar y mezclar los colores. De experimentar. Con el color rojo tiene una fijación especial, “es un color que me evoca la vida”. Sin embargo, las otras dos temáticas esconden su lema de vida después del ictus, “avanzar y no rendirse nunca, y eso es lo que me inspiran los caminos y los horizontes”.
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