En Villavicencio

Ella y sus influencias

  • El jerezano José María Molero sobresalió al toque, sutil mezcla de clasicismo y modernidad

Sonia Miranda sabe que nunca se deja de aprender. Ella, se le nota, no para de beber de diferentes manantiales, de estudiar el cante, y quizás por ese motivo todavía no tenga fraguada su personalidad al subirse a un escenario. Nada que el tiempo y la experiencia no cure. Y es que en ocasiones no consigue despegarse de ese aire cupletero que le acompaña desde los inicios y que adorna su interpretación enfriándola, restándole profundidad y recargándola innecesariamente. Y otras veces, recuerda demasiado a otras cantaoras de este tiempo, llámense por ejemplo Mayte Martín o María José Santiago, lo que le priva de que podamos reconocerla por ella misma y no por sus evidentes influencias.

Sin embargo, es necesario dejar meridiamente claro que todo lo anterior no es óbice bajo ningún concepto para que Sonia Miranda cierre sus ojos, coloque su voz con solvencia, y conmueva con su queja por seguiriyas, emocione con los melismas de su malagueña y pellizque con el abandolao de Frasquito Yerbabuena con que remata las letras de El Mellizo. Madera hay.

A menudo solapada por el magisterio de un tocaor sensacional, la de Isla Mayor disfrutó ayer en Villavicencio, se gustó y encandiló al público, entre el que se encontraban miembros de su club de fans. Así las cosas, José María Molero, el guitarrista jerezano heredero de Balao y Del Águila que le acompañó sobre las tablas, sobresalió. Profundas falsetas y genial toque en el que confluyó el corte clásico, a la vieja usanza, pero también un interesante caudal de acordes y notas con carácter, pluralidad y matices ilimitados en arpegios y trémolos. Un tocaor a reivindicar, que tiene poca cancha en su tierra y que ha tenido que ser rescatado por una joven artista de fuera. Bien por ella y mal por una tierra con demasiada amnesia, chovinismo y rivalidades absurdas promovidas, a menudo, por jondos integristas.

En su recital, Miranda arrancó por tientos y dedicó la actuación, acertada decisión, a la memoria de Gaspar de Utrera, cantaor de los de otra época recientemente desaparecido. Con remembranzas para Pastora Pavón, la cantaora sevillana dejó amplias muestras de su sobrada afinación y, al mismo tiempo, regaló un eco frágil y a ratos profundo. Más tarde encaró la soleá por bulerías, donde abundó en los mismos recursos, donde nuevamente apuntó sus cualidades y desnudó algunas de sus carencias.

En las cantiñas se acordó de El Pinini, de Fernanda y Bernarda, y las abordó como éstas requieren: con la gracia y desparpajo de la soleá ligera. Con mucha sal. Poco a poco, la joven se fue soltando y ahí sí pudieron verse destellos de gran cantaora, destellos que ya no se diluirían hasta el cierre del recital, cuando con humildad y modestia reconoció, antes de ejecutarlas, la dificultad de cantar por bulerías en Jerez. "Ahora llega lo peor", aseveró, visiblemente emocionada y abrumada por los aplausos.

En cualquier caso, las hizo a su "forma y manera" y de nuevo acertó, pues no es la primera vez que el manierismo del artista y sus ganas de agradar le llevan a querer imitar de mala manera la forma característica de un cante autóctono en lugar de dotarlo de su propio sello y forma de apreciarlo desde fuera. En su caso, Miranda ejecutó más bien cuplés por bulerías y decidió que el broche de oro a la tarde, el bis para un público entregado totalmente, debía correr a cargo de los tientos azambrados Maldigo tus ojos verdes, que popularizase La Paquera y compusiese el poeta gitano Antonio Gallardo Molina. Al final, ovación, público en pie y el aroma de su eco flotando en la sala más agradecida para el cante de cuantos escenarios pueblan el festival.

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