La liga de las heroínas impertinentes
Numerosos cuentos ofrecen modelos de princesas más allá del arquetipo tradicional
No es poca cosa que la Pixar haya decidido -tras diecisiete años- realizar una película con una niña como protagonista absoluta. La joven Mérida no sólo no tiene en un príncipe encantador el principal objeto de su existencia, sino que desprecia a sus pretendientes, disfruta tirando flechas y triscando por los bosques y detesta, sobre todas las cosas, que le digan lo que tiene que hacer.
La heroína de Brave resulta, sin embargo, un modelo algo incompleto: más allá de hacer "de chico", no parece tener ninguna otra aspiración. Aun así -y a pesar de que Mérida siga siendo, como no podría ser otra manera, una "princesa"-, hay que reconocerle a la Pixar el valor o el mérito de haber roto el molde tradicional.
La línea Princesas (que aúna a la gran mayoría de las heroínas del imaginario infantil y que incluye todo tipo de merchandising) es la mayor franquicia que Disney ha creado. Repitan conmigo: la mayor franquicia de Disney, sí, envuelta en rosa y purpurina. Todas las Princesas son bonitas, dulces, dóciles, blancas (excepto la resolutiva Tiana), encantadoras y perfectamente rescatables. De hecho, las mujeres más decididas de la casa -como Mulan o Pocahontas- raramente se incluyen en el grupo.
"Las heroínas tradicionales están limitadas a un papel pasivo en el que, realmente, no hacen nada -afirma Peggy Orenstein, autora de Cenicienta se ha comido a mi hija-. Los, digamos, modelos estándar de princesa enseñan a las niñas que los valores más preciados son su belleza y feminidad, y que lo mejor a lo que pueden aspirar es a ser salvadas por un príncipe. Si se profundiza un poco, el mensaje es aún peor: lo bueno y lo bello están ligados a la juventud".
Es cierto que, en su mayoría, estas princesas son salvadas -es decir: demuestran ser incapaces de conducirse en sus propias vidas- y, en los casos en los que hacen gala de valor y determinación, lo utilizan para correr a brazos de su amado. Ese es el fin último, el destino absoluto. Las mujeres que hacen y deshacen están condenadas a ser, inevitablemente, antagonistas o hechiceras -y terminan, también inevitablemente, solas o muertas-.
Por eso no es baladí que, desde la Pixar, hayan decidido apostar por una protagonista autónoma, independiente y sin héroe salvador a la vista. La Mérida de Brave no es, sin embargo, el único modelo de princesa que va más allá de los suspiros y el miriñaque. Los cuentos tradicionales incluyen muchos tipos de mujer que no coinciden con el arquetipo de la grácil doncella indefensa; unas referencias que a veces se hunden en la mitología, como las sealkies -las mujeres con piel de foca que ansían recuperar la libertad perdida y que, en cuanto pueden, retornan al mar-: criaturas que dieron origen a todas las historias posteriores de sello "melusino", incluida La princesa cisne.
Angela Carter dio buen testimonio de estos otros modelos recopilando en The Virago Book of Fairy Tales aquellas historias protagonizadas por féminas tremendas, con ejemplos como el de La niña sabia -capaz de resolver acertijos propuestos por reyes y magos- o Vasilisa, la hija del sacerdote, que vestía ropas de hombre, montaba a caballo y podía disparar con un arma. Quizá de todas estas protagonistas mi favorita sea la heroína de Al este del sol y al oeste de la luna, un cuento noruego que sirvió de inspiración a Andersen para construir La reina de las nieves y a Jeanne-Marie Leprince de Beaumont para diseñar La bella y la bestia.
Y, desde hace unos años, son varios los autores infantiles que han trabajado en roles femeninos que van más allá de la captalepsia, los encajes o el pastel de manzana. O que los incluyen, sí, pero con un toque algo más gore. Las famosas Princesas olvidadas o desconocidas, de Rebecca Dautremer, deberían ser referencia inevitable -la miope Deletrea de Eritrea, la pirata Tremendushka o la princesa Sapina, que insiste en besar a todos los sapos que se encuentra pero sigue "con los pies en remojo y sola"-; en Las princesas también se tiran pedos (Algar) se nos presentan versiones alternativas y descacharrantes de los nombres de siempre; mientras que en ¿Hay algo más aburrido que ser una princesa rosa?, los dibujos de la sevillana Raquel Díaz nos hablan de una princesa inconformista. Y no puedo olvidar el bellísimamente ilustrado The Princess Who Had No Kingdom, de Ursula Jones: una historia que ofrece un destino mucho más cercano a recorrer el mundo en un carromato que a casarse con un príncipe.
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