en un mundo raro

En la lonja de Tokio

En la lonja de Tokio

En la lonja de Tokio

No sé por qué el whisky aquí es tan barato y tan bueno, siendo todo tan caro, y esta tierra tan lejana de la escocesa.

Me pregunto a qué viene esta reflexión a estas horas. Son las cuatro de la mañana y ahora, recién levantado, me viene a la cabeza la botella de whisky que cayó ayer, después de un día muy largo. Ya no me acuerdo de cuántas cosas vimos. Aquí todo es grande. Bueno, tal vez la palabra grande se quede corta. Aquí todo es inconmensurable. Desde el autobús se ven grupos de rascacielos aquí y allá, como si fueran ciudades en medio del campo. Estuvimos en uno que sólo había tiendas de lujo, en otro que las tiendas eran de frikis, y uno en que estaban apiñados varios grandes almacenes. Cruzamos a Yokohama a ver la extraña terminal de Alejandro Zaera y cenamos en un teppanyaki en el piso veinte de un edificio de por lo menos cincuenta. Luego no se nos pasó por la cabeza otra cosa que hacer botellón. Vaya ocurrencia, pero es que el whisky era tan barato…

Aquí todo es inconmensurable. Desde el autobús se ven grupos de rascacielos aquí y alláHay pescado de todo tipo, fresco y reluciente, catalogado por formas y colores

Ahora son las cuatro de la mañana. Mi resaca y yo nos ponemos en marcha para tratar de seguir conociendo este monstruo llamado Tokio. No son horas, pero si queremos ver la lonja en activo, hay que llegar allí mucho antes de que amanezca. El viaje a la luz nocturna es interminable, y la guía que llevo tampoco me da muchas esperanzas de encontrar algo interesante a la llegada

El Mercado Mayorista Central Metropolitano de Tokio, comúnmente conocido como Mercado de pescado de Tsukiji (Tsukijishijou ) es el mayor mercado mayorista de pescado y productos marinos del mundo y también uno de los más grandes mercados mayoristas de alimentos en general. El mercado se encuentra en Tsukiji en la zona central de Tokio, y es un punto de atracción para turistas extranjeros (el mercado no es muy visitado por los japoneses)…

Justo lo que no buscaba, un lugar para turistas extranjeros. Pero ya no hay remedio…

Los ecos del whisky y el sueño me llevan de la mano por algo similar a una nave industrial, a muchas naves industriales juntas. Hay una sala grande llena de atunes. Miles de kilos de carne roja que viajaron desde mi tierra. Allí yacen, congelados, a la triste luz de los halógenos. Se los están repartiendo. Dirige la escena un señor que grita una retahíla a gran velocidad. Cuando alguien levanta la mano, es dueño del pez. Luego el cadáver sufre una disección casi en el mismo sitio. Con parsimonia, unos operarios los despiezan y entregan a sus nuevos amos, que ya se encargarán de recomponerlos hermosas piezas de sushi. Así uno tras otro van desfilando hasta su última tumba en algún restaurante exclusivo. Es muy temprano para seguir con este espectáculo de muerte y destrucción. El whisky me está golpeando la cabeza con fuerza. Voy a salir de aquí.

Pero el resto no es mucho más alegre. En mil galerías se abre un cementerio marino. Silencioso y ordenado, casi como un tratado antiguo de biología que nos muestras las maravillas del fondo oceánico. Pero esto no tiene la gracia de un mercado, ya que apenas si hay nadie, y los pocos que estamos parecemos fantasmas a la luz débil de los focos. Tampoco existe el afán didáctico del museo. Solo es género. Así que desfilo como un alma en pena, con mi mal cuerpo, entre bateas desde las que me miran cientos de ojos apagados.

Paseo entre el asco y la sorpresa ante caracolas gigantes y asisto a la última agonía de almejas aún más grandes, de esas que uno imagina cantando bajo el mar, junto a la sirenita Ariel. Hay pescado de todo tipo, fresco y reluciente, catalogado por formas y colores, y en perfecto estado de revista. Y un sinfín de crustáceos, algunos tan raros que parecen enemigos de Godzilla. Aquel cangrejo mueve una pata. Quizás se esté despidiendo, o tal vez me pide que me acerque al puesto de los cuchillos, compre uno, y lo remate. Y para terminar, vienen las momias. Varias calles de pescado seco que se muestra en un amplio abanico que va desde la clásica mojama hasta enormes calamares que parecen haber pasado años entre las páginas de un libro. Siniestro pateón.

Vae victis. Aquí descansa la gloria marina. Con lo bien que estaríais ahora nadando entre las algas, y no así, expuestos a los avatares de la oferta y la demanda. Por no hablar de los curiosos que bien se podrían haber quedado en el hotel durmiendo la resaca.

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