Cultura

"La memoria colectiva es corta salvo en el caso de los agravios"

  • El autor barcelonés regresa a las librerías con 'El rey recibe', primera entrega de una trilogía que abordará la historia de España desde los años 60 hasta el final del siglo XX

Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) en la Biblioteca Infanta Elena de Sevilla, donde conversó con la prensa y con sus lectores más fieles.

Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) en la Biblioteca Infanta Elena de Sevilla, donde conversó con la prensa y con sus lectores más fieles. / josé ángel garcía

"Abrir el frigorífico de la memoria e intentar hacer algo muy apañado con las sobras" es, según afirma con humor, el método de trabajo de Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943). Así al menos dice haber cocinado su nueva novela, El rey recibe.

El rey recibe no sólo es su primera novela desde que recibiera el máximo galardón de las letras en español, sino también el inicio de una trilogía -Las Leyes del Movimiento la ha titulado- que quiere cerrar en el año 2000, dejando así "constancia imaginaria" del tiempo vivido.

La Transición no fue una decisión de cuatro sino el consenso de un país del que se hacen juicios poco ecuánimes"Las mujeres luchan ya por una causa común y, aunque van a pagar un precio, eso las llevará a conseguir cosas"

La obra tiene como protagonista a un plumilla de 22 años llamado Rufo Batalla a través del cual repasa diversos acontecimientos políticos y, sobre todo culturales, de los años 60 en adelante. Toma algunos elementos autobiográficos "y viaja a lugares similares a los que recorrí en mi juventud" pero, aclaró, debería leerse como una novela.

La trama arranca en 1968 cuando Batalla debe salir de su casa para ganarse la vida como periodista y cubrir una boda de la realeza. Lo veremos durante cinco años viajar desde su natal Barcelona a los países del Este, en los días del telón de acero, y después establecerse en un Nueva York sucio y violento al que conmociona el caso Watergate. El periodismo, la música y los movimientos sociales están muy presentes en ese peregrinaje por donde a veces asoma un príncipe báltico exiliado que quiere recuperar un trono que ahora forma parte de la Unión Soviética y al que rodea un séquito pintoresco. Ese mundo paralelo, colorista y de ficción, que contrasta con la vida gris y burocrática de Rufo Batalla, permite introducir elementos jocosos y estrafalarios en un relato donde, como es marca de la casa, la diversión se impone a la nostalgia.

El autor de La ciudad de los prodigios vuelve a mostrar aquí una Barcelona en transformación que contrasta "con un Madrid libre y desarraigado que era como un gran mercado". "He tenido la fortuna de vivir a caballo de dos idiomas y dos ciudades", evocó, "lo que me permitió saber desde siempre que en la casa de al lado hay otra madre que hace una sopa estupenda. Aquella Barcelona de los 60 era cosmopolita porque estaba al lado de la frontera con Francia en un momento en que España era un país cerrado y al mismo tiempo era una ciudad de vínculos familiares muy fuertes y viejas tradiciones".

Y si Rufo Batalla recuerda por momentos al Javier Miranda de La verdad sobre el caso Savolta, en sus andanzas picarescas descuellan unas mujeres -amigas, amantes, confidentes, rivales- que suelen ser más inteligentes que él. "Vengo de una generación donde las mujeres se lo curraban día a día y asumían numerosos esfuerzos y decisiones, porque no hubo una sola ley del Movimiento que decidiera a su favor. Hasta acceder a la Universidad era para ellas una proeza. En esta novela hay mujeres de todo tipo, también las hay disparatadas o frívolas, pero en todas hay un elemento de riesgo del que los hombres carecen. Y hoy día, aunque no se puede generalizar, es verdad que las mujeres están luchando y haciendo algo, aparte de vivir: una causa colectiva por la que van a pagar un precio pero que las llevará a conseguir muchas cosas. En cambio los hombres están como esperando a que empiece el partido".

El rey recibearroja también una mirada amable y bienhumorada sobre el camino a esa Transición que tantas voces cuestionan hoy. "Una de las razones que me animaron a mirar esta época, a los antecedentes, fue el deseo de dar una visión de los que vivimos la Transición como adultos. Aquello no fue la decisión de cuatro personas, fue un consenso de país del que ahora se hacen juicios que no me parecen siempre ecuánimes. Ahora oigo que 'aquello fue una engañifa' y quizá me engañaron pero no lo viví así y tenía ganas de dar mi versión".

Mendoza, que introduce incluso la figura de Manuel Fraga en la novela, abundó en esta idea. "La memoria colectiva es corta salvo en el caso de los agravios y hay una generación ahora que ve la Transición como algo muy lejano, como yo veía la dictadura de Primo de Rivera, y dice que se podían haber hecho las cosas de otra manera. Por supuesto quedaron muchas cosas por resolver pero la Transición fue bastante mejor de lo que se esperaba porque, si bien no se cumplieron todas nuestras esperanzas, afortunadamente no se cumplió ninguno de nuestros miedos".

Su protagonista, Rufo Batalla, vive en la mediocridad más absoluta y se gana la vida trabajando en un periódico donde su margen de maniobra es muy corto y donde todo funciona por inercia, "lo que a un joven con curiosidad intelectual como él lo enferma". Pero Rufo piensa que, aunque las cosas están mal, pueden cambiar a mejor. "Ahora, en cambio, cuando venimos de una época de prosperidad en la que parecía que comeríamos langosta todos los días, las cosas no sólo se ven mal sino que tememos que cambiarán a peor", añadió.

Mendoza, que reside entre Barcelona y Londres, donde tiene una casa, opina que estos tiempos del Brexit son realmente muy difíciles. "La gente lo está pasando muy mal pero no como antes, como clase social, sino individualmente. Los trabajos son precarios y los sueldos miserables, los más jóvenes apenas tienen la posibilidad de volar del nido y todas las puertas parecen cerradas. Eso, que es muy duro para la gente dentro de su propio país, también lo es para los que tienen que emigrar y convertirse en una especie de molestia o de apestados en un país que no los quiere. Ahora, para colmo, tenemos la sensación de que los políticos lo hacen muy mal pero que, si lo hicieran muy bien, eso no cambiaría nada".

El autor, que aseguró que ganar el Cervantes no le había transformado la vida, "salvo por formar ya parte de esa galería de vejestorios retratados en una sala de la Biblioteca Nacional de Madrid; ahora pintan a mi amigo Sergio Ramírez", sí se sorprende del alcance de su anterior libro, el ensayo Qué está pasando en Cataluña (Seix Barral). "Lo escribí para ofrecer una reflexión lo más ecuánime posible. Creí que sería una cosa muy coyuntural pero se vendió muchísimo y se ha traducido a numerosos idiomas, lo que es indicativo de que el tema tiene mucho interés, trasciende y es parte de algo sobre lo que el resto del mundo ha puesto los ojos. Pero también lo escribí para, cuando me pregunten qué opino de Cataluña, poder decir: ahí está escrito".

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