Cultura

A modo de balance

TERMINA un año y es norma habitual efectuar un balance de lo ocurrido. Como viene sucediendo en los últimos tiempos, lo artístico transcurre por unos senderos donde el entusiasmo está muy por debajo de lo que nos gustaría. La crisis también ha llegado hasta esta institución cultural y está afectando más de la cuenta. Pero, en contra de lo que pudiera parecer, la crisis que nos afecta tiene mucho más que ver con las ideas que con lo económico, aunque esto también impone su descara potestad. Lo cierto es que no está siendo un momento demasiado apasionante. Hace tiempo que no asistimos a exposiciones espectaculares, que lo que ocurre en nuestras salas no es nada más que meras transmisiones de espectáculos pocos edificantes; los artistas están dejándose llevar por una abulia que a nada conduce; que los exigibles pellizcos del alma no llegan ni siquiera a meros roces emocionales. Los gestores artísticos dan bandazos con la boca abierta buscando un poco de aire vivificador y aceptan cuanto les llegan sin saber muy bien qué es lo que les entra por las puertas. Eso cuando son capaces de abrirlas, que muchas veces permanecen cerradas por escasez de luces. Y, así viene transcurriendo una época que ni es la más divertida ni tiene muchos visos de mostrarse proclive a cambios afortunados. Al mismo tiempo, nuestros creadores - los de aquí y los de más allá - están muy por debajo de lo que ya nos gustaría que fuesen. Aunque ellos - los de aquí y los de allá - vayan pontificando fastasmadas que no se creen ni ellos mismos.

Ha sido un año de Bienal, la de Arte Contemporáneo de Sevilla, aquella que se inventó Juana de Aizpuru hace ahora cuatro años y que levantó inquietud y entusiasmo; pero poco más. Sirvió para que una pasarela que estaba cerrada al tráfico desde la Expo del 92, comunicara Sevilla con la Isla de la Cartuja y pudiéramos acudir al Centro Andaluz de Arte Contemporáneo sin dar, antes, la vuelta al mundo. También sirvió para que a la buena de Juana le enseñaran las puertas y, desde entonces, todo fuera un maremágnum que nadie sabe por dónde transcurre. Si con Juana, el fallecido Harald Szeemann - el primer comisario - puso los cimientos para que el arte internacional se nos hiciera presente; después de la galerista vallisoletana, Okwui Enwezor sólo creo desconcierto y, ahora, con una triada al frente de los destinos de la BIACS - el alemán Peter Weibel, el coreano Wonil Rhee y la francesa María- Ange Brayer - nos hemos enfrentado a un panorama al que es difícil adscribirse. Menos mal que lo presentado en Granada - la Bienal se ha desgajado en dos sedes, la hispalense y la que se presentaba en el granadino palacio de Carlos V - nos situaba mucho mejor por los entresijos de un arte contemporáneo que, allí sí, nos ofrecía mejores estructuras y mucho más felices resultados.

Poco más ha dado el año. Lo que ocurría este verano en el Castillo de Santa Catalina con una miniferia de arte, es más bien para olvidar. O los responsables se ponen las pilas y asumen que, una Feria de Arte debe ser un acontecimiento importante o aquello no pasará de lo que, ahora es, un triste espectáculo que interesa a muy pocos. No obstante, nosotros tenemos mucha fe. Creemos que puede llegar la sensatez y que las ideas y el entusiasmo imperen de verdad. Que los divismos, las posturas y los excesivos protagonismos den paso al trabajo serio, a las ofertas razonables y a un ejercicio apasionante y de verdad. Sólo con eso nos conformamos. Será, sin duda, tiempos de mucha más bonanza. A pesar de la crisis.

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