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Cultura

Los muertos

  • Motivos que hacen plantearnos si se puede matar por una causa que entendemos como justa o beneficiosa.

LA casualidad lectora (que también la hay, como tantas en la vida) me puso en las manos al mismo tiempo dos libros que trataban de muertos o, mejor dicho, de asesinatos. Y para más casualidad, los dos con ciertos tintes políticos, aunque en proporción distinta. El primero es la novela de Jack London 'Asesinatos, S.L.', y el segundo, la obra de teatro 'Las manos sucias' del gran Jean Paul Sartre. En ambos se trata el tema del asesinato en beneficio de la humanidad o de una ideología o causa nacional. Motivos que hacen plantearnos de inmediato si se puede matar por una causa que entendemos y confirmamos como justa o beneficiosa. Los miembros de la agencia 'Asesinatos, S.L.' con su jefe Dragomiloff a la cabeza no tienen la menor duda de ello; es más, consideran que quitar de en medio a un individuo que ha dado muestras más que sobradas de su nocividad es éticamente un deber que ellos encantados asumen cuando se les hace el encargo, bajo previo pago y estudio concienzudo de que la víctima ha hecho méritos más que suficientes para que ya no moleste más y librarnos de su nefasta presencia. Así, cuando en un momento de la novela Dragomiloff debe justificar el éxito de sus "encargos" pone como ejemplo el caso de los sindicalistas James y Hardman, que recibían dinero de los patronos de la Asociación de Propietarios de Minas para traicionar a sus representados (sin duda Jack London fue un adelantado a su tiempo). No de otra forma piensa Hugo Barine, el protagonista de 'Las manos sucias', cuando acepta el encargo de matar a Hoederer, líder del partido comunista de Ilyria, país ficticio de Europa, durante la II Guerra Mundial, por el bien del futuro de la nación. Hugo mata a Hoederer, a pesar de que este intenta convencer al muchacho de que en la alta política los ideales no cuentan, de que deben dejarse a un lado para dejar paso al poder, único fin de todo partido y que solo puede conseguirse con las manos sucias. Solo cuando sale de la cárcel, después de tres años, se da cuenta de que el traidor al que mató es ahora un héroe cuya memoria es venerada por los mismos que ordenaron su ejecución. En su testamento, Dragomiloff deja las siguientes palabras: "de todos los crímenes que es posible atribuirnos, puedo decir que no ha habido una sola víctima cuya muerte no haya beneficiado a la humanidad. Y dudo que pueda decirse otro tanto de aquellos cuyas estatuas se alzarán en nuestras plazas una vez que se haya librado la próxima guerra "decisiva". Cuando esto escribió Jack London, aún quedaban las dos grandes guerras mundiales que asolaron la humanidad a lo largo del siglo XX, más las guerras que se libraron y se siguen librando en distintos lugares del mundo, y en esto España no fue lamentablemente una excepción, sino todo lo contrario. Y Hugo sabe que Hoederer "tendrá su estatua, al fin de la guerra, tendrá calles en todas nuestras ciudades y su nombre en los libros de historia. Me gusta por él. Su asesino, ¿quién era? ¿un tipo a sueldo de Alemania?".

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