Cultura

El mundo es un escenario. El escenario es un mundo. ¡Esto es espectáculo!

Drama/Thriller, EEUU, 2012, 120 min. Dirección: Ben Affleck. Guión: Chris Terrio. Fotografía: Rodrigo Prieto. Intérpretes: Ben Affleck, John Goodman, Bryan Cranston, Alan Arkin. Cines: Bahía de Cádiz, Bahía Mar, San Fernando Plaza, Yelmo, Los Barrios.

Actores convertidos en directores. No es infrecuente que quien habitualmente trabaja ante la cámara decida un día hacerlo también tras ella. Tampoco lo es que las películas dirigidas por actores tengan una alta calidad. No me refiero a los que se profesionalizan como directores de primera línea, casos de Allen o Eastwood, sino a los que sólo ocasionalmente, a veces una sola vez, se ponen tras la cámara con resultados brillantes. Ejemplo clásico es Laughton con La noche del cazador. Otros más recientes -esquivando a irregulares tipo Gibson, Costner o Redford- son De Niro con Una historia del Bronx o Clooney con Buenas noches, y buena suerte.

Ben Affleck demostró aptitudes como guionista escribiendo junto a Matt Damon el guión de El indomable Will Hunting. Después las demostró como realizador con Adiós, pequeña, adiós y Ciudad de ladrones. Si éstas lo acreditaron como novillero, Argo es su alternativa. Para ella ha escogido el miura de una intrincada historia verdadera cuyos protagonistas recurrieron a ingeniosas y peligrosas ficciones. Para escribirla, tal vez no confiando en sus fuerzas para desarrollar esta increíble historia real, ha recurrido al extravagante y sabio guionista y realizador Chris Terrio, especialista en estudios clásicos y literatura inglesa además de director de la valiosa Heights.

¿Recuerdan los teatros perfectos que montaban los agentes de la televisiva Misión imposible para salvar a presos retenidos tras el telón de acero o hacer parecer traidores a sus enemigos? Pues algo parecido sostiene la compleja e increíble trama de Argo que, sin embargo, se basa en una historia real. Porque fue real el asalto a la embajada estadounidense en Teherán en 1979, perpetrada por los fanáticos de Jomeini. Fue real la odisea de los funcionarios americanos que lograron refugiarse en la embajada canadiense. Y fue real -aunque parezca la invención de un guionista desquiciado- la operación que montó la CIA para rescatarlos: fingir el rodaje de una película de ciencia-ficción creando una falsa productora.

En su estilo Argo prosigue la tarea de recuperación -ya apuntada por Fred Schepisi con La casa Rusia en 1990 y consagrada por Fincher en 2007 con Zodiac- de los maestros de la generación perdida de los 60, demasiado jóvenes para participar del cine moderno de los 50, aunque fueran coetáneos de la madurez de maestros como Aldrich o Siegel, y demasiado mayores para inscribirse en el cine neoclásico o autorreferencial de los 70, aunque fueran coetáneos de maestros como Coppola o Scorsese. Son los Lumet (nacido en 1924, que dirigió entre el 57 y 2007), Pakula (nacido en 1928, que dirigió entre el 69 y el 97) o Pollack (nacido en 1934, que dirigió entre el 65 y 2005). También podría recordar a algunos Hitchcock y Huston tardíos ambientados en la Guerra Fría, como Cortina rasgada o El hombre de MacKintosh, películas poco valoradas en su día hacia las que siento especial afecto.

Affleck no hace un ejercicio mimético de reescritura. Utiliza creativamente una fuente, se inspira en un modo de narrar. Su película es un preciso y sólido mecanismo que logra una participación emocional de gran intensidad, ya sea en las tormentas trágico-grotescas desatadas en los despachos de Hollywood y Washington o en las inverosíles pero reales acciones que se desarrollan en la Teherán de Jomeini. Las fabulosas interpretaciones de John Goodman y de un deslumbrante Alan Arkin dan con sutileza un toque de humor imposible en una historia tan dramática, a la vez que imprescindible en una operación tan disparatada. El siempre correcto Affleck está por debajo de ellos y del cada vez más grande Bryan Cranston. Alexandre Desplat, el Lon Chaney de la banda sonora, el compositor de las mil caras, se complace homenajeando a maestros de los 60 y 70 como Dave Grusin o David Shire. Una gran película que parece traer a la realidad lo que Levant, Buchanan, Fabray y Astaire cantaban en Melodía de Broadway 1955: "El mundo es un escenario. El escenario es un mundo. ¡Esto es espectáculo!".

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