Cultura

O mundo fala flamenco

  • El guitarrista brasileño Flavio Rodrigues, director musical de Rafael Amargo, publica su primer disco como solista

Hay una cosa con la que no estoy de acuerdo con las notas de este disco: el considerar a la toná el "estilo más primitivo y más puro del cante jondo". No obstante Rodrigues, que es guitarrista y también canta, hece el estilo a capella dignamente. Más me gustan las batuquerías que abren la obra o las bulerías de Sao Paulo, en el más puro estilo frenético jerezano. Rodrigues muestra solvencia en su uso de la escala modal flamenca aunque, en alguna ocasión, echo de menos más contundencia. El tocaor se adentra pues, cuando lo hace, en los terrenos flamencos con todas las de la ley, sin pretextos de fusión o diálogos musicales. No digo que estos no se den: ocurren, y de manera abundente, con el uso de las percusioes, los contratiempos y ese clásico de la bossa nova llamado Garota de Ipanema. Un clásico mil veces oído, en varios idiomas, pero que Rodrigues conduce suavemente hacia la canción por bulerías. En esta interpretación mantiene intacta su fuerza, y sufre el refuerzo de las cuerdas de David Moreira. Y es que se trata de una melodía eterna. Las variaciones corren a cargo del saxo soprano de Giuliano Pereira, la tabla egipcia de Hossam Ramzy y la kanjira hindú de Nantha Kumar.

Me gusta mucho cómo este tocaor brasileño actualiza con naturalidad la rondeña-zángano, con las voces de Pedro Oregón y Roberto Lorente. Se inicia con unos estribillos masculinos para pasar luego a las melodías y letras tradicionales. Los tangos los abre con un trémolo de granaína para adentrarse más tarde en los estribillos tradicionales extremeños y otros de nuevo cuño, e insistir, con acierto, en la modalidad flamenca, demostrando un virtuosismo rítmico fascinante. En la rumba inventa nuevas melodías cantables en tono menor, en contra de lo que habitualmente se suele hacer en este estilo, conectando así con algunos héroes del nuevo flamenco de los 80 y 90. Incluye dos variaciones a cargo de dos Jorges, Cerrato y Pardo, bajo y flauta, y abundante percusión cubana. Y para héroes del nuevo flamenco, Ray Heredia, del que Rodrigues canta y toca Lo bueno y lo malo. Es una melodía universal, con ese arpegio hipnótico, mil veces versionada, y siempre suena fresca. Rodrigues le da un toque pop, distanciado, alejado del énfasis característico de otras versiones... hasta que llega el estribillo.

La guajira pierde un poco su esencia tradicional para convertirse en otra cosa. Es una pieza impresionista que se abre con sonidos de la naturaleza brasileña y es por tanto una pieza muy alejada de la tradición flamenca, tanto de la de finales del siglo XIX, como de la impuesta por Escacena desde los años 20. En realidad se trata de una canción sentimental con ritmo de tanguillo, que sólo recuerda a la guajira en las armonías del estribillo.

La colombiana se inicia en tonos menores, a diferencia de la tradición flamenca de este palo, para pasar luego a un fuerte marcaje del ritmo, acercando la pieza a las fórmulas contemporáneas, con la melodía clásica patentada por Pepe Marchena para una nueva letra. El tema que da título al disco es el único solo de esta obra. Una improvisación (así consta en los créditos) de dos minutos y medio con un incisivo uso del bordón y los armónicos y elementos melódicos de la granaína clásica de Ramón Montoya.

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