La crítica

La orquesta de hombres más conocida en el teatro de humor negro

  • Pérez de la Fuente presenta una propuesta novedosa y dinámica a modo de vodevil con matices cabareteros

Condensar en pocas palabras la verdad del teatro por dentro es muy arriesgado. Tratar de mostrar la crueldad del binomio actor-persona en el escenario una aventura. Hacer de las cloacas de la sociedad un espectáculo lleno de colorido, fuerza y dinamismo, misión difícil. Por eso, conseguir expresar la grandiosidad del sórdido mundo de las varietés y de las obras de cabaret de manera amena y a la vez desgarradora merece un aplauso, porque la tarea de llevar la trama argumental al escenario con el doble nudo, el intrínseco a los artistas que deben mostrar sus sonrisas al público, y el de la pesada carga personal que cada cual aparca al subirse a un escenario tiene su peluseo dramático.

El texto, analiza con inteligencia, las miserias de la vida y de la muerte, de los cuestionamientos de seres al borde del abismo, de los sinsabores y las relaciones entre hombres y mujeres que por designios del destino conviven como artistas a duras penas. Las escapadas de cada ser humano en épocas de vacas flacas y de pesadillas en forma de posguerra, de condiciones extremas o de sociedades al borde de la quiebra.

La creación de los personajes está llena de ternura y de profesionalidad, matizando en todo momento los perfiles diferentes de cada cual y con miles de guiños a todos los tipos de acercamientos actorales. El dinamismo conseguido de forma paulatina por trozos y autofagocitándose en todo momento con las propias ironías del escenario. La propuesta se puede tachar de surrealista, irónica y esperpéntica, digna de los mejores antros de bajos fondos que encierra en medio metro más vida que en varias manzanas de superficies urbanas, y la interrelación con el público es -permanente pero inacabada- con un uso funcional de plumas, pasodobles y bailes de salón. La apuesta escénica, envolvente, agobiante y llena de cárceles propias y extrañas, para evitar escapismos de sensaciones. Las calles adornadas con luces de neón, el escenario sobreiluminado y los juegos de luces complementando los negros y los rojos de la sensualidad. Los efectos especiales, el vestuario y la utilería muy cuidados. Iluminación muy efectista, con matices de pantallas de neón conseguidas con botellas transparentes y luces frías, fieles a las salas de la época, inquietantes, de garitos llenos de humo, con olor a tabaco y con esperpento de personajes y donde el ambiente que se respira es más denso que las propias vidas de los personajes que conviven en él. Ambiente de luces muy cuidado, enmarcando los apartes con mayor intensidad, y siempre sobre un fondo de escenario impactante por los efectos de colores.

La interpretación, llena de matices, con hombres que sí se sienten mujeres, en la eterna lucha de sexos, centrada en pensamientos, intenciones y cambios de actitudes. La subida de telón, a modo de espectáculo cabaretero ya presagia intenciones. El desarrollo de la obra, mezclando números musicales y diálogos de miserias, exigen un seguimiento permanente. El epílogo dramático otorga fuerza dramatúrgica. Todos los protagonistas alcanzan sus objetivos. Los tragicómicos y los irónicos. Los personales y los corales. Bordan los papeles y aportan interés en redondearlos. Personajes todos ellos, con trabajo personal y dedicación exclusiva. La dirección escénica muy cuidada, aun rebosando encorsetamiento, con líneas verticales en las cajas, líneas horizontales con las sillas y muchas más líneas con los hilos, las bobinas de lana o las del piano presente en el fondo a modo de conciencia musical a espaldas del gran público. Líneas perpendiculares, tangentes y secantes pero nunca paralelas que crean triángulos de fuerza en todo momento. El humor, la sensualidad, la ternura, la candidez y la lujuria en un mundo de testosterona encubierta es capaz de ofrecer estereotipos sexuales muy agradecidos para el espectador, con momentos grotescos tiernos, encajes de escenas sarcásticas y epílogos de diálogos llenos de patetismo. Todos ellos enmarcados en una sala de variedades para conseguir hacer pensar y llegar a remover las conciencias de quienes, en cualquier instante de la vida, debe tomar decisiones de salud mental para prevenir llegar a la locura irremediablemente.

El humor negro, aderezado de plumas, medias negras y pasodobles, exprimiendo a mujeres infelices, atrapadas convenientemente en sus miserias propias entre el juego de la apariencia y la realidad, en una memoria histórica donde existe un elemento diferenciador: la fragilidad de nuestra existencia diaria sobreviviendo a los desencuentros de artistas metidos a supervivientes en las islas desiertas de su quehacer diario. La sensación global es harto expresiva, un exprimidor de vidas, un continuo extractor de jugo a mujeres barbudas, que pisando las tablas del Villamarta, reivindican a modo de carrusel o tío vivo el teatro dentro del teatro como forma más irónica de dejar de aceptar la realidad más decepcionante de nuestras vidas.

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Orquesta de Señoritas. (Jean Anouilh )

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