Cultura

El ritmo de la emancipación

  • Descubrimientos y revoluciones en blanco y negro, vuelve el Festival La Isla del Blues a su cita con los aficionados a la música en el escenario del Baluarte de la Candelaria de Cádiz

A los gatos siempre les gustó el blues. Música rural negra nacida al sur de la América profunda. Miseria, alcoholismo o emigración. Del esclavismo a los guettos de las ciudades industriales. Crisol de culturas en las plantaciones de algodón, tabaco y maní. La segregación creó el blues. Bailes, cantos de trabajo, espirituales, baladas mestizas. Indios, europeos, africanos en la frontera del 1900. Doce compases, el alma en vilo, mensajes repetitivos, la individualidad y el grito común, hasta la presunta libertad de movimientos y de expresión. El descubrimiento del blues por parte del hombre blanco trajo consigo la revolución del rock, allá por los años 50 y 60 del siglo pasado. El mismísimo Muddy Waters, símbolo del artista hecho a sí mismo desde la plantación hasta el hotel de cinco estrellas, ascensión y caída del juglar negro, agradeció a los Rolling Stones, y a todos los solistas y grupos blancos que emplearon el blues como pilar de su música, que devolvieran el género a la actualidad y rescatasen a sus protagonistas de la nueva miseria. Ricos y pobres, blancos y negros, campesinos y urbanitas, mano de obra, al fin y al cabo, que cuando canta y rasguea la guitarra su mal espanta. Ni que decir tiene que el blues, como el flamenco, apenas suena ya a blues, poco o nada tiene que ver con sus raíces originales. Pero lo tocan en todo el mundo revestido de hechuras y tradiciones dispares. La considerada "música del diablo" se emparenta directamente con el jazz, el rock y ahora el hip hop.

En la Bahía de Cádiz, al frente de Blueshow, el irreductible José Peinado organiza cada año, doce años más uno, el festival Isla del Blues, una auténtica isla en el desierto de la música eléctrica veraniega. Su ojo clínico no falla; suele traer figuras de indudable calidad, unas de prestigio sobrado y otras con brillantes trayectorias por delante. Este año llegan dos exponentes del blues rock británico, de la escuela que precisamente reconquistó el terreno perdido por el blues y lo alzó a la cúspide del rock, la psicodelia y los géneros que confluyeron en los años decisivos de la música popular.

No sólo de ritmos africanos se nutrió el blues en sus primeros tiempos, hace una docena de décadas. Los pirmeros bluesmen, los songsters, ejercían las música ambulante en los centros de trabajo del sur de los Estados Unidos, incluso antes de la llegada de las guitarras, que no se produjeron hasta la guerra de Cuba, cuando los soldados negros trajeron tan fantásticos instrumentos desde el país caribeño. Hasta entonces, primaban el rudimentario banjo africano y el violín. Las tonadas anglo-irlandesas y los sones del continente negro se fundían en un canto amargo y liberador, amén de algunas baladas hispanas o piezas afrancesadas. Todo ello en cautividad, claro, en las plantaciones donde germinó la música del siglo veinte y venideros. Los años de la progresiva emancipación acenturaron el poder de atracción y fijaron el inconfundible estilo, cuya primera grabación data del año 1923. La incipiente industria discográfica le vio color al blues, nunca mejor dicho, y programó numerosas expediciones al sur de los Usa en busca de nuevos talentos y figuras rentables de cara a vender los discos de música negra. Otro modo de esclavitud, en principio, que en pocos años cambió la vida de un montón de artistas de la calle, llenó los bolsillos de los emprendedores más agresivos y astutos y abrió la mente al público. Poco antes de que el rock moviera el esqueleto del planeta.

Del Delta del Mississipi a Chicago, pasando por Memphis, constituye la cuna del blues, y a su paso susbsisten un buen número de lugares de peregrinaje, turismo cultural que se llama ahora, donde rendir tributo a los grandes y fomentar la cultura de la tierra. Las universidades americanas imparten nociones de blues, la discoteca del Comgreso nada sería sin blues y las películas perderían color y sabor sin ese ritmo triste y contagioso en constante evolución, el padre de todos los ritmos.

El blues se electrificó en los años treinta, preludio de todo un huracán de sonidos, y la emigración, consecuencia de la Segunda Guerra, la Guerra de Corea, que provocaron la apertura de fábricas de armamento, y la industrialización de muchos núcleos urbanos, modificaron el mapa sociológico de Estados Unidos, y el blues desplegó sus tentáculos y se diversificó de manera impresionante. La reciente película "Cadillac Records", que relata la historia del sello fonográfico Chess Records, se antoja indispensable para conocer los vericuetos, las luces y las sombras de una época irrepetible. Con Adrian Brody y Beyoncé en sus papeles estelares, la cinta refleja la azarosa vida de Muddy Waters, las malas pulgas de Howlin Wolf, el triunfo del blues en las listas de éxito y el posterior atraco a mano armada por parte de compositores e intérpretes blancos, quienes copiaron y endulzaron el estilo para popularizarlo entre la hinchada de tez pálida. Chuck Berry, precursor del rock and roll, fue devorado por Elvis Presley, y así sucesivamente. Pero en realidad ambos bandos estaban condenados a entenderse. Los hermanos Chess hacían negocios con la Sun Records, de hecho el blues y el country sólo se diferenciaban en su color de piel. El rocanrol murió de avaricia, pero el blues continuó en la senda. Hasta la libertad final. Recuérdese que en plena explosión del rock & roll de Elvis Presley y compañía aún persistía la segregación en los colegios de medio país, y el racismo se empleaba duro a sus anchas. Tuvieron que pasar años para presenciar el renacimiento del blues, que cayó en desgracia entre tanto cantante melódico blancucho o en franca desventaja ante el rythmn blues, el rock y el soul, los estilos que se pusieron en boga a partir de la clara influencia del sonido de New Orleans.

El cartel de mañana promete. Dos figuras del blue rock británico. Matt Schofield, considerado uno de los nuevos embajadores del blues con acento inglés. Y The Brew, el potente grupo liderado por un chaval de diecinueve años que toca la guitarra como un poseso, a medio camino entre Hendrix y Page, negro sobre blanco.

Matt Schofield practica un blues elegante, fino, sofisticado y distinguido que puede hermanarse con el funk o el jazz, y obviamente con el rock de los años setenta. Desde Manchester, la sensación de las últimas temporadas.

The Brew proceden del nordeste, de la ciudad portuaria de Grimsby, y su guitarrista, Jason Barwick, despunta en los ambientes musicales como una de las próximas figuras del género.

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