josé sacristán. actor

"En el cine me siento aún fascinado, como los pastorcillos ante la Virgen de Fátima"

  • Emblema ferviente del cine español, recibirá el Premio Retrospectiva del Festival de Málaga que otorga el Grupo Joly Volverá al teatro en Madrid con una obra sobre Antonio Machado

José Sacristán (Chinchón, Madrid, 1937) es uno y es muchos: en él habitan Don Quijote, Antonio Machado, Picasso y medio siglo de cine español desde que debutara en 1965 con La familia y uno más. Su filmografía es tan amplia como imprescindible: basta recordar títulos como Asignatura pendiente (1977), Un hombre llamado flor de Otoño (1978, por la que ganó la Concha de Plata del Festival de San Sebastián), La colmena (1982), La vaquilla (1985), El viaje a ninguna parte (1986), Un lugar en el mundo (1992), Madregilda (1993) y las recientes Madrid, 1987 (2011) y El muerto y ser feliz (2012, por la que ganó el Goya), además de sus trabajos como director, para concluir que Sacristán es, más que un actor, un patrimonio de todos. Por eso, el Festival de Cine Español de Málaga le concederá en su próxima edición, que se celebrará del 21 al 29 de marzo, el Premio Retrospectiva Málaga Hoy, un reconocimiento que concede el Grupo Joly y que se suma, en cuestión de días, al Feroz de Honor y al Gaudí. El propio festival estrenará para la ocasión un documental sobre el actor, en formato de entrevista, producido por el certamen y TCM.

-El Premio Retrospectiva Málaga Hoy incluye la proyección de una selección de películas del homenajeado. ¿Participará usted en el proceso?

-No, no, he dejado la decisión en manos del festival. Les pedí que apartaran de mí ese cáliz, y me concedieron la gracia.

-Aun así, ¿hay alguna que querría recuperar para la ocasión, y otra que preferiría dejar donde está?

-No impediría la proyección de ninguna, eso sí lo tengo claro. Soy perfectamente consciente de lo que he hecho. Pero todo lo que ha pasado desde La familia y uno más está impregnado de la misma aventura: la que arrancó con un niño de Chinchón que amaba perdidamente el cine. Todo viene de la mano de ese niño.

-¿Y ha correspondido el cine a los sueños de aquel niño?

-Lo que ocurre es que el niño de Chinchón se dio cuenta más tarde de dónde estaba, en qué circunstancias y en qué país había decidido hacer cine. Y siempre lo ha tenido presente. Si vuelvo la vista atrás, claro, me habría encantado hacer Ciudadano Kane o Julio César. En mi casa tengo un cartel de Picnic con William Holden, así que imagínate. Sin embargo, donde más satisfecho y correspondido me he sentido siempre por el cine ha sido en el propio cine, como espectador. La magia que sucede cada vez que me siento ante la pantalla y se apagan las luces se mantiene intacta. Conservo desde niño esa fascinación, como los pastorcillos ante la Virgen de Fátima.

-En los últimos años ha rodado a las órdenes de varios directores jóvenes, como Javier Rebollo, Carlos Vermut e Isaki Lacuesta. ¿De dónde nace esta complicidad, por qué cree que esta gente le considera uno de los suyos?

-Por la disponibilidad. Es algo que aquel niño de Chinchón ya tenía claro: si iba a hacer cine, tenía que poner mi trabajo a disposición del talento. Y eso hago. Esos directores que has citado tienen un talento enorme y me han facilitado guiones buenísimos. Pero es que además me lo paso muy bien rodando con ellos, y también después del trabajo, cuando me siento a conversar con ellos sobre lo que nos está pasando, sobre lo que podemos hacer en estos tiempos. Me interesa especialmente lo que puedan decir.

-¿Y echa algo de menos cuando ve el cine español actual?

-Echo de menos que no se tire tanto de la sisa, que entre más oxígeno, que la generación actual del cine español no tenga que hacer frente a tantas dificultades. Echo de menos un mejor trato por parte de las autoridades al talento español. Que ser un peliculero no sea una cuestión de supervivencia, ni de trabajar gratis, algo que ocurre demasiado a menudo.

-¿Ha cambiado mucho su oficio desde la primera vez que se puso delante de las cámaras?

-Hay algo en esto que no cambia nunca, que desde Altamira es igual: si ya está el bisonte en el campo, para qué coño lo pintas. Esa magia, esa necesidad de inventar se conserva tal cual. Pero el cine y el trabajo de actor sí cambian en la medida en que cambia la sociedad, lo que resulta inevitable. También han cambiado mucho los medios. Antes los rodajes se hacían sin sonido, con mucha precariedad; ahora resulta mucho más fácil. Eso sí, para mí existe un reto estremecedor que es trabajar sin celuloide. Ya no hay nada de eso, ahora viene el técnico con algo parecido a una aspirina, lo mete en la cámara y se acabó. De todas formas, la magia de la que te hablaba antes es inherente a lo humano, nace en el vientre y responde a la necesidad que tiene el espectador de relacionarse con lo que ve. Y esa necesidad es independiente de cómo trabajemos técnicamente. Además, lo más importante del cine es la nómina de gente que forma y ha formado parte de él, ya sea dentro o fuera del celuloide.

-¿No cree, no obstante, que la impresión que aportaba el celuloide al espectador era más real? ¿No ha perdido el cine verdad con la tecnología digital?

-Hace poco me hacía yo esa pregunta. Tengo un cine en casa, un cine completo, y hasta hace poco andaba con mis rollos, en plan artesanal. Mis amigos me convencieron de que debía modernizar el equipo y al final accedí, incorporé la alta fidelidad, el Blu-ray y hasta el 3D. Y sí, tal vez tengas razón, a veces también pienso que con el celuloide se han perdido algunas cosas importantes. Pero, al mismo tiempo, las remasterizaciones que se están haciendo de películas en blanco y negro son acojonantes. Esto es así, hoy ves El maquinista de la general y te preguntas: ¿En qué se ha avanzado? Pero al mismo tiempo la tecnología abre un camino que no puedes obviar.

-¿Le aporta el teatro lo que le niega el cine, y viceversa?

-Sí, sí, el teatro y el cine han sido siempre para mí actividades complementarias, porque enfrentarte a un público o a una cámara te proporciona emociones distintas. En el teatro tienes más libertad de movimiento, más capacidad de elección. Pero la cámara es fiel, precisa, no la puedes engañar. La esencia, eso sí, es la misma en un caso y en otro.

-¿Y seguirán siendo así de complementarios en su caso?

-Sí. Ahora he recuperado la obra sobre la poesía de Antonio Machado que hice en Argentina durante un año entero y la voy a llevar a la Sala Triángulo, en Madrid, ya que me lo ha pedido Alberto San Juan. En dos días empiezo el rodaje de Perdiendo el norte con Nacho García Velilla. Y fíjate, hoy mismo he recibido un guión de Paco Regueiro, con quien no hago nada desde Madregilda. Y parece muy bueno.

-Termine usted la entrevista.

-Pues sólo puedo agradecer al Festival de Málaga que se haya acordado de mí. Allí estaremos.

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