Cultura

El tabanco

  • Obra ganadora del III Concurso de Relatos Breves

MI hija acababa de llegar de un 'Erasmus' de Bélgica que había durado un año. La recibimos en casa, como es normal, con gran alegría.

A las dos semanas de estar aquí, en Jerez, nos anunció que durante unos días, vendría a casa un amigo suyo que había conocido en Bélgica.

Mi mujer y yo comenzamos los preparativos para que Cedric ('el belga' en adelante), se sintiera lo mejor posible en nuestro hogar. Nos alivió ver que, a su llegada, parecía un muchacho educado y discreto que no iba a "dar problemas" durante su estancia.

A los tres días de estar allí, mi hija me pidió que me hiciese cargo del 'belga' una mañana porque ella tenía algo urgente que hacer. Yo, un poco alarmado, le pregunté que dónde podría llevarlo o qué podría hacer con él. Ella me dijo, evasivamente, que le diese una vuelta por el centro, que eso siempre gustaba mucho a los extranjeros.

Así que, al día siguiente, al levantarme, me percaté de que mi hija ya había 'desaparecido' y que por tanto ya no podría pedirle más explicaciones. Desayuné y esperé a que 'el belga' se despertase.

Esto ocurrió poco después y mientras él desayunaba le espeté:

- Cedric, ¿Te apetecería ir al centro y te enseño algún lugar típico de Jerez?

- Of course! ¡Por supuesto! - rectificó enseguida en su más que aceptable español.

- Bien, pues avísame cuando estés preparado y nos vamos.

Pasados cuarenta y cinco minutos salimos los dos formando una extraña pareja por lo dispar: yo, con mi impecable camisa blanca que cubría con elegancia mi ya considerable "curva de la felicidad" y mis pantalones grises; en contraste con él, con sus "piratas" color naranja, su camiseta verde que cubría un torso esbelto y atlético y su lóbulo de la oreja cubierto de pequeñas argollitas.

El tiempo era perfecto: una leve brisa primaveral refrescaba el ambiente y un sol tibio lo templaba. Buen contraste para dar un paseo.

El centro de Jerez no quedaba muy lejos así que optamos, a sugerencia mía, por ir andando. Él, con su habitual cortesía y amabilidad me preguntó dónde lo iba a llevar.

Le dije que daríamos una vuelta y luego acabaríamos en uno de los lugares más típicos de la ciudad: un tabanco.

-¿Un tabanco? -preguntó él sorprendido- ¿Qué es un tabanco?

No era fácil explicarle a un joven belga lo que era un tabanco ni la transcendencia que había tenido y que tenía el fruto de la vid en esta bendita tierra.

-Bueno, verás, Jerez es sinónimo en el mundo entero de "buen vino", de hecho, el nombre de esta ciudad se convirtió en el nombre del vino que ella produce y traspasó fronteras por ello. El vino es la sangre de esta tierra. Es una ciudad que ha vivido alrededor del vino, un gran porcentaje de familias vivían de todo el proceso: los que cultivaban las viñas, los que trabajaban en las bodegas, los toneleros, los embotelladores… Cuando los trabajadores de las bodegas acababan su jornada, se reunían en los tabancos que eran y son lugares donde se sirve vino.

-Pero hoy ya no hay tanta gente trabajando en bodegas, ¿no?

-No, pero se ha mantenido y yo diría que está resurgiendo la tradición de los tabancos y siguen siendo lugares de reunión de jóvenes y mayores donde se despacha el vino de la tierra y algunas tapas típicas también.

Llegamos al tabanco en cuestión, uno de los más conocidos y antiguos de la ciudad y nos sentamos en una mesita. Cedric observaba curioso la decoración del lugar: las botas de vino, las mesas pequeñas de madera consus banquitos, los carteles antiguos de toros, las fotografías de los caballos de la escuela ecuestre…Supongo que todo era muy raro y original para él.

-¿Qué quieres tomar?- Le pregunté.

-Yo confío en lo que usted pida -me respondió sonriente.

Así que me levanté y pedí dos vasos de ese "palo cortao" que tanto me gustaba de aquel tabanco junto con unas "papas aliñás" y unos chicharrones.

El tabanquero lo puso todo en el mostrador y yo lo acerqué a la mesita donde estábamos sentados. Le pedí con un gesto que tomase su vasito de vino para brindar y así lo hicimos.

-¡Por Bélgica! - dije yo.

-¡Por España! - añadió él.

Y nuestros vasos chocaron suavemente, tras lo cual dimos nuestro primer sorbo a tan rico néctar.

- ¡Oh, qué bueno! - dijo él con su particular acento.

- ¿Te gusta, Cedric?

- Si, es un sabor muy especial. Algo fuerte y suave a la vez.

- Sabe a vino pero también a fruta y a madera, sabe a vida -resumí yo.- Es normal porque el vino es algo vivo. ¿Quieres que te cuente algo de la historia del vino? No es que yo sea un gran entendido pero…

- Pero seguro que sabe mucho más que yo. Creo que es algo muy interesante.

- Mira, Cedric, el vino nace de la tierra, de la vid como tú ya sabes. Pero aquí en Jerez hay una tierra blanca sobre la cual los rayos del sol rebotan y hacen que se produzca un tipo de uvas muy especial que solo se dan en este lugar del mundo. Así que la "albariza", que es el nombre de la tierra, hace de espejo del sol y le da su brillo y su luz a las uvas, proporcionándoles un "toque muy genuino". Las viñas crecen y dan sus frutos y es en el mes de septiembre cuando son recolectadas con el sudor y el trabajo de muchos hombres y mujeres.

- ¿En septiembre es cuando se recoge la cosecha?

- Sí, en septiembre. Antiguamente esa uva era literalmente "pisada" por unos hombres con un calzado especial, para obtener así el primer vino: el mosto. El mosto es un vino suave y dulzón, aún el vino es muy ingenuo, todavía no tiene la sabiduría de los años, es como un niño.

- Hablas de él como una persona….

- Sí, ya te he dicho que es algo vivo. Luego ese jugo de la uva se almacena en las bodegas donde se inicia el proceso, gran parte del cual se realiza hoy con maquinaria.

- ¿Las bodegas se construían en un lugar especial?

- Sí, ya la ciudad ha crecido tanto que prácticamente han quedado dentro de sus límites, pero al principio se trataba de que estuviesen en las afueras porque el vino como algo vivo que es, necesita aire limpio, silencio y oscuridad.

- Como un "baby"….

- Sí como un bebé, como un niño que se está gestando en el vientre de su madre, el vino se va "haciendo" en el vientre seguro de un tonel, en la oscuridad y el silencio de una bodega. Si te fijas todas las cosas grandes empiezan así: en silencio, en la oscuridad, en la soledad… Mientras el vino permanece en la bodega es como si necesitase de esa vida oculta antes de "salir" al mundo a mostrar sus excelencias, a ser degustado por los más exquisitos paladares.

- Y allí va envejeciendo…

- Sí, con un antiguo sistema de mezclar el vino que está en las botas más bajas en la bodega (llamadas soleras porque están más cerca del suelo) con el joven para que este se vaya alimentando de la sabiduría de los viejos.

- Así el vino va haciendo su camino para madurar y alcanzar el cuerpo y el sabor a los que está "llamado" a convertirse.

- Y por todo eso tiene este delicioso sabor porque con él te bebes el sol, la tierra, el trabajo de muchos y el tiempo que ha pasado en la bodega.

- Sí, por eso, cuando te bebes un vino no debes tomarlo "de golpe" sino paladeándolo y degustándolo porque algo que ha tardado tanto en formarse, merece ser saboreado también con tiempo y lentitud.

Cedric se quedó pensativo un rato y entonces me preguntó como si estuviese pensando en algo:

- El vino es también el símbolo de muchas cosas, ¿no?

- Sí, mucho se ha escrito sobre él. En la Biblia es el símbolo de la alegría y de la vida, Cristo lo elige como elemento que se transforma en su sangre y en Grecia se le consideraba como sustituto de la sangre de Dionisos.

- También ha llevado a muchos a la perdición…..

- Claro, todo es veneno y nada es veneno, la diferencia está en la dosis- como decía Paracelso. Puedes beber para disfrutar del vino, para sacar más jugo a los momentos, para celebrar la existencia o puedes beber para dormirte y no vivir, para anestesiar tu dolor, para olvidar lo que no quieres ver. Cada uno elige su medida.

- Ya veo, ya.

- Como decía Chesterton: "Bebed porque sois felices, pero nunca porque seáis desgraciados".

Conforme seguíamos hablando, el tabanco se iba llenando. Cedric observaba curioso lo que sucedía a su alrededor: en una mesa cercana, un grupo de jóvenes charlaba animadamente; en otra, dos hombres mayores bebían juntos y se reían de algo que se estaban contando. Más allá, alguien canturreaba una coplilla mientras su compañero le marcaba el compás con golpecitos en la mesa.

- Esto se va animando -dijo Cedric, mientras degustaba el último de los chicharrones.

- Esto tiene la magia del vino, por eso los tabancos son lugares donde la gente viene muchas veces buscando el quitarse las máscaras y sentir ese calor, esa alegría y esa comprensión que te da el vino. Cuando te bebes unas copas de vino (siempre con moderación) el mundo parece mejor, ves con otros ojos al que está a tu lado, tu corazón se abre y das paso a la confidencia, se caen las corazas, se cruzan las miradas que antes eran esquivas, sientes que la vida es sencilla y bonita y que no hay que dar tantas vueltas.

- Creo que a mí ya me está pasando algo de eso, sobre todo lo de las vueltas -añadió Cedric con una carcajada sonora que le salió del alma.

- ¡Pues me alegro, compañero!- dije yo uniéndome a su risa.

Y después de nuestra segunda copa, nos volvimos a casa andando también pero de forma diferente. El néctar de esta bendita tierra nos había envuelto en su halo durante aquel rato eterno ya no importaban nuestras diferencias: ser belga o ser español, la edad, el idioma, pues aquel vino nos había nutrido de la simple y pura alegría de vivir sin más.

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