Crítica de Cine

El triunfo de la emoción inteligente

La habitación

Drama, Irlanda, 2015, 118 min. Dirección: Lenny Abrahamson. Música: Stephen Rennicks. Intérpretes: Brie Larson, Jacob Tremblay, Joan Allen, William H. Macy, Megan Park.

En una rara mezcla de géneros La habitación es emocionante hasta las lágrimas a la vez que su suspense y su tensión provocan esas reacciones que nos hacen decir mientras la vemos: "¡dale!", "¡corre!", "¡bieeeen!", "¡hijo de puta!" o "¡estrangula a la presentadora de televisión!"... Y además es inteligente. Porque el punto más prodigioso de esta dura y tierna película es la ruptura de un sueño necesario para que un niño sobreviva. Y su reconstrucción en forma de realidad. Durante el primer cuarto del metraje, una media hora, una mujer secuestrada durante siete años en un cobertizo por un tipo que la viola regularmente inventa un mundo de fantasía para que el hijo nacido de esa aberrante relación pueda crecer sin traumas -o sin traumas excesivos- en la reducida cárcel de la que nunca salen. El mundo es la habitación y la habitación es el mundo. No hay más. Cada detalle es convertido por la madre en relevante. El ventanuco del techo es el cielo, el agua de la cisterna es el mar, lo que ven en el viejo televisor es la vida, el armario en el que duerme es su habitación, los sueños son reales... Hasta que, al cumplir los cinco años, la madre debe de explicarle que el mundo está tras sus muros. A partir de aquí queda una hora y media de película. No teman que se la destripe.

Que lo más importante de la narración descanse en la voz y el punto de vista subjetivo del niño es uno de los grandes aciertos de la película. Con él y desde él, el espectador es capaz en unos pocos minutos de comprender la situación, el heroico esfuerzo de la madre y su éxito. Que se volverá contra ella cuando la realidad colisione con el mundo inventado, soñado, cultivado tan amorosamente por la mentira piadosa. En este sentido a veces La habitación roza La vida es bella. Pero es más seria, que no más triste. Sobre todo, además de la distancia que va de una situación personal a la mayor tragedia de la historia y del dilema ético de hacer humor con el Holocausto (cosa que tal vez sólo haya logrado Angel Wagenstein en El Pentateuco de Isaac), a Benigni le fallaron las fuerzas a la hora de resolver la historia, mientras que esta película es capaz de hacer una pirueta de guión de una inteligencia y humanidad extraordinarias. A ratos, serán cosas mías, me recordó a El pequeño salvaje de Truffaut, como si la habitación del encierro fuera para el pequeño los bosques en los que Víctor de Aveyron creció sin contacto con el mundo y su madre fuera el doctor Itard.

Joan Allen y William H. Macy están tan bien como suelen. Tal vez le den el Oscar a Brie Larson, que ya ha conquistado con esta interpretación el Globo de Oro y el Bafta, y se lo merece. Pero el corazón de la película es el pequeño de 9 años Jacob Tremblay, que realiza una asombrosa interpretación (procuren ver alguna copia en versión original) que va más allá de la espontaneidad de los niños ante la cámara. Entre los muchos méritos del realizador Lenny Abrahamson -autor de la excelente Garaje- está el de haber sabido hacer que aflore el extraordinario talento interpretativo de este chaval.

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