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Cultura

Cuánto vacío dejó quien tanto llenó

Que No podía ser esta una exposición al uso. Hubiera sido un pecado de lesa humanidad. No la queríamos así, ni él, en los cielos, la hubiera admitido ni perdonado a sus pobres organizadores. Tenía que ser una exposición a lo Paco Molina. Distinta, irreverente, transgresora, fuera de lo normal. ¿Cómo si no, siendo el protagonista Paco Molina? Además era necesaria una muestra de él, así, en su línea, esquiva, a contracorriente, para que diera que hablar y mostrando a un Paco Molina como, en realidad, era.

Creo que a Paco Molina el mejor homenaje que se le puede hacer es que no se le haga homenaje alguno. Paco está en el corazón de los que debe estar. Los otros, los imbéciles, los cretinos oficiales de nuestro arte, los correctos hediondos de nuestra cultura, deben seguir al margen de la realidad ofertada por Paco. Por eso, Paco Molina fue, sigue siéndolo, un canalla. Era un canalla para ellos, encerrados en su esclerótica idiotez, y es un canalla para nosotros porque así lo queremos, tan diferente, tan canalla… tan Paco Molina.

La exposición que se le ha montado en el Espacio Escala -no podía ser en otro sitio; los demás de la ciudad hispalense huelen a un rancio que a Paco Molina le hubiera encrespado el alma - tenía que ser diferente, abierta, jocosa, participativa…tenía que ser a la manera de Paco Molina. Y, así ha sido. Me imagino que habrá sido una exposición difícil para algunos, que habrá levantado espinas de contrariedad en otros, que habrá sido discutida en despachos enmoquetados y que habrá originado resquemores en conciencias esquivas. ¡Peor para ellos! Muchos la vemos como exitosa, necesaria, prudente y hasta escasa. Ha servido porque ha acercado Paco Molina a la gente sencilla, a los niños y a los viejos, a los sabios y a los ignorantes. Eso es lo importante. Lo demás no nos interesa.

Paco Molina fue alguien más que un artista al uso. Esta definición, que debe ser tomada literalmente, nos sitúa en la figura de un personaje que fue muchas cosas en una ciudad con muy poco. Paco llegó de Madrid a una Sevilla donde lo rancio marcaba las coordenadas de una cultura oficialista en la que el arte únicamente era paseado por las calles de la ciudad en la primavera gloriosa al son de una marcha cofradiera. Lo demás quedaba encerrado en sordos habitáculos donde era difícil asomar su dolorido sentido. Paco Molina llegó a Sevilla y fue un poco de todo; participó de los ambientes renovadores, intercedió para que se abrieran puertas de libertad a una cultura rancia y endiosada; fue bedel de un Museo de Arte Contemporáneo en el que él era el sabio organizador; asesoró a los heroicos que quisieron dejarse asesorar y creó muchas inquietudes en una ciudad desapasionada. Paco Molina generó expectativas y abrió horizonte. Paco Molina fue un ser necesario en una ciudad necesitada. Desde que se fue todo ha sido diferente. Ahora a Paco Molina el arte de su ciudad, los gestores artísticos de su ciudad, los santones de la creación de su ciudad y los sabios creídos de su ciudad, le hubieran hecho llorar de pena. Ahora, como antes, Paco Molina hubiera afirmado que lo mejor para la cultura de su ciudad sería encerrar a eso y a ellos, en su mediocridad y en su desatino manifiesto y ponerles una bomba de, al menos, indiferencia. Por eso, san Francisco Molina está mejor en los cielos.

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