Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Existía un tiempo en el que los niños temían suspender. Los padres, los de entonces, no los papás o las mamás modernos, permisivos y de poca sustancia educativa, intentaban por todos los medios a sus alcances que sus hijos estudiaran, que se esforzaran por aprobar las asignaturas y conseguir el anhelado pase al siguiente curso. Si había suspensos porque los niños no estudiaban, se castigaba, con razón, por sus malas actuaciones y sus escasos aprovechamientos escolares. Los niños temían suspender porque eran conscientes de lo que habían hecho y porque, en su casa, existía la lógica y merecida reprimenda. Era lo lógico en unos ambientes donde la sensatez, casi siempre, era norma juiciosa a seguir. Después llegarían los amables horizontes de una educación endeble, poco adecuada y siempre con la culpa a los docentes porque los hijos son intocables y tienen todos los derechos. Los papás y las mamás están llenos de grandes preocupaciones y las notas de sus hijos es cosa muy de segunda fila en los intereses de una familia moderna. Por eso, nuestros políticos, justos valedores de los papás, de las mamás y de los vástagos de éstos que tienen, sobre todo, el derecho de no sentirse mal por las exigencias de los estudios, dictan leyes adecuadas para que los niños, por suspender y repetir curso, no se vean afectados y sufran una frustración insalvable; leyes donde las exigencias son mínimas, los suspensos no suponen absolutamente nada, la repetición de curso no se contempla… y así todo un compendio de acciones encaminadas a que los niños vivan una existencia equívoca - pero que los haga felices - y los papás y las mamás sigan con su vida tranquila, al margen de una realidad, desgraciadamente, con escaso recorrido y dudoso futuro. Es ese estado de buenismo donde la alteración de lo más mínimo crea desajustes emocionales. ¡Así nos va!

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