El artista es un ser excepcional. Y debe ser así. Si los artistas abundaran como el conejo de monte, ya no serían artistas. El artista es producto genético, no académico. De hecho, muchísimos han sido pésimos estudiantes y desprecian a los profesores porque, en realidad, ningún artista es docente. Los docentes maltratan al artista porque sí lo reconocen y la envidia les corroe.

El artista se sabe excepcional y suele ser intratable. Salvador Dalí, siendo alumno de la Academia de San Fernando, contaba que durante un examen oral sacó la bola con un tema y leyó: 'Rafael, pintor del Renacimiento' y les dijo a los miembros del tribunal: 'Miren, yo sé mucho más de Rafael que ustedes tres juntos, y me niego a contestar'. Acabó suspendido y expulsado de la sala. ¿Alguien recuerda a alguno de los doctos profesores?

Por el contrario, en su círculo íntimo el artista suele ser sencillo y de instintos básicos. En contadas ocasiones el artista admite discípulo y se convierte en maestro. Nada que ver con la docencia ni con la academia. Enseñan y aprenden emborrachándose de arte. La docencia enseña la técnica y la técnica la aprende cualquiera, unos con más esfuerzo y, otros, con menos. El artista, que suele dominar la técnica de modo espontáneo y autodidacta usa y abusa de ella; la trata y la maltrata; la soba y manosea; la sigue y le huye; la quiere, la rechaza o la inventa.

El mundo del flamenco es un buen ejemplo para apreciar la diferencia entre técnica y arte. Hay muchos cantaores con cualidades vocales extraordinarias, pero incapaces de dar un pellizco en el alma o de provocar una buena 'piloerección'. No se asusten, se trata del vello erizado y la carne de gallina. Solo es arte si conmueve. Volviendo al tópico local: ¿Por qué Lola Flores ha sido la número uno, sin ser la mejor voz, ni la mejor bailaora? Porque era la mejor artista.

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