La metamorfosis de Artur Mas es de traca. ¿Es posible que ese férreo defensor del autonomismo que consideraba el independentismo un concepto "un poco oxidado y anticuado" en 2002 -cuando el delfín del entonces honorable Jordi Pujol emergía sin estridentes cantos de sirena en el plácido estanque del pactismo con Madrid de la entonces honorable Convergència, socio mayor de Unió en CiU- mute en mesías de la secesión? Pues sí.

La respuesta no está en el viento, sino en la densidad de las aguas, bravas por momentos desde que CiU pusiera sobre la mesa el derecho a decidir de cara al futuro Estatut (2005). La reivindicación coge velocidad de crucero tijeretazo judicial mediante (2010), con la inestimable colaboración de un presidente, Zapatero, que prometió solemnemente (2003) que lo que saliera del Parlament iría a misa.

El punto de inflexión llegó con la multitudinaria Diada de 2012, cuando CiU puso sobre la mesa la consulta sobre el "Estado propio" tras arruinarse el pacto fiscal con Rajoy, otro que tal bailó (con frenético desdén) la danza de los malditos del procés. Y el falaz España nos roba se abría paso y la bola (de la nieve negra del agravio) creció hasta hacer del caballeroso don Arturo (le quitó la o en 2000) este presunto delincuente que chupa banquillo.

Por las buenas puedo ser muy buena, por las malas soy mejor, proclamó Mae West, como el ex president (2012-2016), envuelto en la voluntad popular para galvanizar el 9-N. Coherencia o muerte. ¡Qué digno! Pero su deificación, romerías mediante, tiene lamparones. Si un gobernante se debe al pueblo, ¿a qué viene el aquelarre matutino con tanta gente a dos velas en casa (algunos literalmente)? Malditas y astutas prioridades. Lo sospechoso de las soluciones es que se las encuentra siempre que se quiere. La sentencia, del genuino Rafael Sánchez Ferlosio, tiene un 3% de razón al caso.

El tótem de la catalanidad niega que burlara a los jueces. Parece hacerse el sueco. Y que cerca, en Dinamarca, algo huele a podrido. Como en Cataluña, entre las cortinas de humo de esa (presuntamente) vana ensoñación soberanista.

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