Ni la competencia, pero sobre todo ni ellos mismos, podían atisbar el rendimiento extra que para Antena 3 iba a suponer la incorporación de Pasapalabra. El formato más que engrasado que presenta Roberto Leal congrega a la audiencia de su franja (con bastantes sufridores en casa) y ayuda a Vicente Vallés, que ya de por sí ha subido como reserva editorial ante los desatinos del gobierno. Pero a su vez, y eso no estaba entre lo esperado, Pasapalabra refuerza el sentido de las tardes de Antena 3, ensamblada por tres concursos seguidos. Lo que se observaba como una estrategia temporal, a falta de mejores opciones para programar, se ha convertido en un hábito creciente para encadenar los tres programas. Tres juegos distintos en intensidad (la de sus propios mecanismos y la personalidad de sus conductores, distintos pero con puntos similares) pero que son muy interactivos con el espectador. Brindan además la adicción por fidelidad de unos concursantes campeones que parecen sentarse a la mesa camilla cada tarde, como compañeros de respuestas.

Las variaciones incorporadas esta semana en la fórmula de Ahora caigo se encaminan a que el juego de Arturo Valls se parezca un poco a¡Boom! y a Pasapalabra. Aumenta en premios y aprieta el nivel de algunas preguntas de la prueba final, donde se entremezclan términos fáciles con otros más endiablados, dignos de la cuantía que se ventilan. Los participantes más hábiles de Ahora caigo pueden durar varios días, no tanto como Los Dispersos o como Pablo Díaz, pero sí lo suficiente como para pillarles afición. El concurso de las trampillas no sólo depende ya de los recursos humorísticos de Arturo Valls y adquiere más peso su vertiente cultural. El gran público, ojo, sólo tiene contacto ya con los escritores, los artistas plásticos o el cine culto a través de los términos enigmáticos más exigentes del rosco.

Los tres concursos de las tardes de A-3 se han convertido en una fiel y homogénea batería de distracción para el inicio diario del toque de queda.

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