El parqué
Jaime Sicilia
Sesiones en negativo
La impactante y pedagógica frase, pronunciada frecuentemente por Josep Borrell, Alto Representante de Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la Unión Europea, deja pensativo a todo el mundo. Es cierto: vivir en paz y en democracia es la excepción. Hay una generación en España, camino de dos, nacida en libertad, a la que en la escuela no se le ha explicado bien la trágica historia de un país que en el siglo XIX tuvo ocho Constituciones y tres guerras civiles, las carlistas. Y que en el siglo XX soportó una guerra de independencia en el norte de África, una cruenta guerra civil, del 36 al 39, tras el golpe de estado del general Franco, y dos dictaduras que sumaron 43 años. En la historia de España de los dos últimos siglos ha habido más violencia que paz. Y así es en otros países como Francia, Alemania, Reino Unido, Italia, Estados Unidos, participantes en dos guerras mundiales; y en otras, en medio mundo.
Contrasten esos datos en su memoria personal. En el caso de España, en el de mi familia, este es el resultado: mis dos abuelos participaron forzosos en las guerras en Marruecos; mis padres nacieron en la dictadura del general Primo de Rivera; y mis hermanos y yo, durante la dictadura del general Franco. Por fortuna, mis hijos ya en democracia. Pero en el resumen de esas cuatro generaciones hay más violencia, por guerra o dictadura, que paz. Conviene valorarlo para proteger la Constitución democrática que tenemos desde hace 45 años y que algunos zarandean; un período excepcional de desarrollo y convivencia, aunque soportando el terrorismo de ETA, y otros, con un coste de mil muertos, más el triple de heridos e incalculables enfermedades mentales por miedo o depresión.
Lo dice Borrell y levanta al auditorio con cuatro frases brillantes pidiendo solidaridad frente a las dos guerras abiertas en Ucrania y Oriente Medio. Nadie mejor para encabezar la lista en las elecciones europeas de junio. En los comentarios posteriores del público se combina la admiración, con el temor a que se retire este mismo año. Sobre cualquier sugerencia de continuidad, su esposa, Cristina Narbona, presidenta del PSOE, alega que ya le toca descansar. Sin duda. El problema es encontrar otro Borrell, esperanza para tantos latinoamericanos, porque es de los pocos políticos europeos con sensibilidad hacia ese continente; aliado de los demócratas israelíes que creen posible la convivencia de dos estados en el área, como sueñan también los palestinos, a modo de antídoto de las guerras que asolan ese territorio. Borrell, referente de los catalanes que no quieren independizarse de España y que son cada vez más, según las encuestas. Un personaje de gran talla internacional al que en su pueblo leridano, La Pobla de Segur, el actual alcalde, de Esquerra Republicana, quitó su nombre de una calle. Pasarán los dos a la historia local: el primero por su proyección mundial y su liderazgo indudable: el segundo por haber promovido la acción miserable de retirarle ese reconocimiento, que ya le había sido concedido.
Es el país de contrates y situaciones absurdas que tenemos. El PSOE se resistía a la amnistía, pero acabó votándola en el Congreso; el partido de Carles Puigdemont, el presidente fugado a Bruselas, la exigía, y cuando la tenía a mano, votó en contra, perjudicando a mil familias catalanas con personas investigadas. Desconcierto total. Bajas en su partido y show prorrogado para las próximas semanas. El mundo avanza, los problemas persisten, algunos políticos buscan soluciones, pero a Puigdemont se le ve feliz en la performance, aún con su público menguante.
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