Análisis

César saldaña Director general del Consejo Regulador

Breve homenaje a un hombre coherente

Pudiera parecer fácil dedicar unas líneas a Santiago Lledó en la hora de su partida. Un obituario sobre nuestro querido compañero se llenaría inevitablemente de referencias a su bonhomía, a su carácter íntegro y alegre; a su inmenso amor a su mujer Virtudes y a su familia; y, por supuesto, a su extraordinaria dedicación durante tantos años a los otros dos grandes amores de su vida: el Carmelo y el Jerez. Uno de naturaleza espiritual y otro más terrenal, pero dos facetas de su vida a las que Santiago se dedicó con una actitud similar, presidida por sus convicciones inquebrantables y un comportamiento siempre consecuente.

Sin embargo, por encima del recuerdo de todas su virtudes, de su bondad, de su carácter metódico y detallista, la terrible noticia que nos ha sacudido en esta preciosa mañana de febrero me ha hecho pensar en Santiago como una persona extraordinariamente singular. Porque Santiago Lledó -Jaime, para mi familia y para muchos de sus amigos- era de las personas más coherentes que yo he conocido; y eso es algo que no abunda, porque es sin duda de los rasgos de la personalidad más difíciles de conseguir y, sobre todo, más difíciles de mantener a lo largo de toda una vida. Intuyo que un elemento fundamental para la coherencia son las convicciones profundas, que en Santiago afloraban rápidamente a poco que se hablara con el. Su propio aspecto físico, siempre impoluto, bien 'maqueao', como a él le gustaba decir, transmitía un mensaje de coherencia, de actitud siempre consecuente con lo que estaba haciendo y con lo que se esperaba -y él mismo esperaba- de él. Recuerdo haberme quedado absorto viéndole por la Porvera en la procesión de la Virgen del Carmen, vistiendo su hábito carmelita con una naturalidad y una dignidad de figura de santoral. Es cierto que el hábito no hace al monje, pero hay personas que extienden su coherencia a su apariencia y Santiago era de esos que, con traje príncipe de gales o con las vestiduras carmelitas, se imbuían de todo lo que conllevaba el papel que le tocaba vivir en cada momento.

Y durante muchos años, su papel en el ámbito del Jerez fue uno de los motores de su vida. Para Santiago, el Jerez -así, con mayúsculas- no era sólo el vino; de hecho probablemente el vino en sí no era lo que más le interesaba. No eran tampoco las bodegas ni era siquiera su querido Consejo Regulador. 'El Jerez' era la materia que amalgamaba a su gente, a su tierra, a sus empresas e instituciones; para Santiago, nuestro vino era la bandera que envolvía las señas de identidad de su tierra y de su cultura, y por eso lo defendía como algo suyo.

Buscando esa coherencia que Santiago nos transmitía con su conducta, escribo estas líneas un poco aturrullado, pero con la paz de espíritu que me proporciona hacerlo mientas me tomo una copita de oloroso. Sólo media copa, en un catavino jerezano por derecho; a breves y pausados sorbitos; casi mareando la copa. Pensando en mi amigo Santiago Lledó, del que tanto he aprendido y deseando que esté donde él siempre pensó que estaría, después de este trance inevitable: en brazos de su madre, la Virgen del Carmen.

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