Felipe Ortuno M.

Buenismo tontolaba

Desde la espadaña

07 de febrero 2024 - 00:00

Como el huevo y la gallina, aquí tampoco sé qué es lo primero si lo bueno o lo tonto. Ikea lo ha entendido bien a golpe de tornillo y construcción rápida: lo importante es armar muebles, sin que importe ni lo uno ni lo otro. Lo mismo da que seas bueno que malo. La virtud importa poco, sólo el resultado inmediato, el golpe de efecto, lo demás me la trae al pairo. Pasa lo mismo con los prestidigitadores e ilusionistas. Sabemos que es mentira, pero logra el milagro efectista, el asombroso mundo de la ficción, desviándonos la mirada, consigue hacernos creer que es verdad. Se trata de poner ingenio y sutileza en todo cuanto hagamos. La moral, por lo visto, no lleva a la solución de los saldos bancarios. El bien sólo se considera si el resultado crematístico da positivo. Lo demás son monsergas ¿A quién le importa otra cosa?

Hay altruismos que funcionan a golpe de cheque; en la práctica se vuelve efectismo. Conozco carismas que funcionan, resuelven, perciben subvenciones, pagan voluntarios y mantienen estructuras. No importa creer en ellos, ni siquiera creer en nada. Basta justificar el cumplimiento de los objetivos. Qué haya de bueno o malo, no interesa. Un altruismo perverso, un totum revolutum, capaz de mezclar churras con merinas, elefantes con astronautas, un batiburrillo ecléctico que ni es bueno ni malo sino todo lo contrario ¿Todo bien se justifica a golpe de cheque? Los mayores crápulas de la historia redimían su culpa con donaciones. Estamos en las mismas.

Hay quien utiliza ingenio e industria hasta para conquistar el cielo a golpe de efecto, sobre todo con el merchandise de ser carisma modernizador. Falso, por supuesto. Parece que abunda la industria del buenismo, lo mismo en política que en religión; una treta delicada para llevar a todos a la tontuna. Ahora hay que ser vegano, ecológico, okupa, parlamentario, animalista, contemporizador, panteísta y no exigir en la enseñanza y sí adular al tontolhaba de la gilipollez contemporánea. Por supuesto valores venidos de la ONU y sus ONGs derivadas. Nada de Iglesia, naturalmente, por ser carcatólica y añeja. Altruismo efectista. No es preciso discernir. Basta hacer el bien. ¿Es suficiente? Porque eso lo consiguen Bill Gate y Soros, que, a golpe de cheque, logran dar una imagen altruista arrolladora. Es trendy y da un subidón emocional que te jiñas.

Pero ¿dónde está el espíritu que lo mueve, dónde la virtud que lo fundamenta, dónde la humanidad que se pretende? ¿No será una estratagema, una industria, una argucia para meternos en esa corriente pastosa e indeterminada que nos arropa con el buenismo borreguil y hediondo? ‘Gallina serás, pero me hules a perro’, le decía la zorra al sabueso cuando, siendo de noche, y vestido éste de gallina, con palabras dulces, quería convencer a la vulpeja para que entrara en el gallinero. Hay cosas que no cuadran ¿Qué se pretende con tanta bondad impostada, sabiendo de dónde viene? ¿Benefician al prójimo o se lo benefician? Un insignificante detalle sin importancia. De este tipo de bondades hay que huir, como el diablo de la cruz. Porque ya no es el lobo quien se come al cordero, sino el pastor.

El buenismo ideológico forma parte de una cadena de montaje proficiente para dejarnos cacareando y sin plumas: sin ideas personales, sin convicciones profundas y sumisos a la corriente dominante que fluye por las cabezas de la sociedad delicuescente y ‘zorra’. Terreno abonado para que la global filosofía woke acampe a sus anchas en el corazón buenista. Pasa que cuando te dan muchas facilidades en una hipoteca, será que alguna estafa anda por medio; no es de recibo que quien busca utilidad se mueva por altruismo y no haya alguna razón que le lleve a la trampa y el engaño. Y por eso sostengo que el buenismo ideológico tiene que llevar alguna artimaña e intención aviesa. Encuentro que ciertos valores de moda son estafa, que colonizan más que promueven, que envuelven más que trasparentan. En fin, para gustos, colores.

Deduzco que el partido en el poder, cuando promueve ayudas a los viejitos y jovencitos nini, no lo haga por alguna eficiente y utilitaria razón altruista, quiero decir, egoísta. Entiendo que cuando la cartera anda de por medio, no está lejos el carterista. ¿Qué pretende el poder fáctico con la inoculación del buenismo y la ética universal? Evidentemente desarmar los principios recios del trabajo, la austeridad y la mínima exigencia moral, que les descalabraría. ¿Cómo negociarían la política independentista si hubiera gente convencida de la unidad inviolable de la tierra patria? Imposible. ¿Cómo habrían entrado en el poder si hubiesen sido virtuosos y fieles a las promesas? El buenismo da por bueno, valga la redundancia, la buena voluntad en el diálogo inconsistente de quien dijo digo y luego dijo Diego ¡Qué más da!

Lo importante es no tener ideas estableces (tan de la fachosfera), fluctuarlas en el mercado de valores y tralará tralarita los jurdeles a la buchaca. Signo de los tiempos. Después viene el lenguaje melifluo, moralista y filantrópico, como si hubiera llegado la salvación del futuro: esos falsos gurús de la sopa boba que se cargan lo de antaño para proponernos las gilipolleces mayores del reino: ataques a los empresarios, animalismo, transexualismo, misericordias hipócritas hacia los discapacitados, cuando son ellos mismo los que permiten que se interrumpa el embarazo a la mínima alteración. Naturalmente por su bien. Buenismo de chichinabo que juega a la sostenibilidad del planeta a costa de la razón, los principios virtuosos y el humanismo auténtico que nos sustenta. Quieren que nos demos la mano en torno a un fuego de campamento y repitamos el mantra de la sociedad sostenible de la interculturalidad (pacto de civilizaciones) ¡Qué bueno! Como diría Jorge Freire, en la Banalidad del Bien: “He aquí la trasformación postrera del capital: vender bienes disfrazados de Bien”.

stats