En Casados a primera vista el meollo es el enfrentamiento entre los dos novios desnortados. La fórmula para que funcione el reality es bien sencilla: uno de los contrayentes está por la labor de dar una oportunidad y el otro suele ser un puercoespín disfrazado de persona, así que a la segunda o tercera entrega el conflicto está armado. De cara al espectador, por mucho que se aligere en la narración, tarda en aflorar la palmera de chispas. Sin embargo en Intercambio consentido la pareja ya naufraga desde el primer segundo, con la presentación, así que no hay apretar por ahí. Los divorciados (a puntito, al menos) que se prestan al nuevo formato de Antena 3 se hallan a punto de caramelo, llegan ya cabreados de casa, por lo que la convivencia con ese intercambiado de otra pareja de amargados empieza calentita, desde que el visitante aparece por la puerta.

La productora Shine viste esos duelos a muerte sentimental como una terapia constructiva pero en la práctica es una pistola en las manos de un mico (cabreado, también). Esa terapia de enrolar a un intruso en parejas que naufragan tal vez en condiciones atemperadas puede hasta incluso funcionar, pero si hay un cámara de por medio y unos programadores por detrás, en las convivencias se fabrica el nervio, el mal rollo, que es la salsa de un reality. A Telecinco le sale sin querer, aunque otra cosa es que haya audiencia nueva que se interese.

Intercambio consentido es una caja de bombas de convivencia. Al menos tiene el toque soft de Atresmedia (es decir, todo-todo por la audiencia no vale). Como curiosidad para echar un vistazo tiene un pase, pero seguir con atención la temporada va a resultar cansino. Tal vez los guionistas, en la piel de esos psicólogos, han ingeniado retos y situaciones para llevar esas relaciones a extremos de sorpresa para la concurrencia. Intercambio es ese formato aceptablemente barato e indoloro que puede cristalizar en el prime. Y si desaparece no es tan evidente como para que se note su ausencia por fracaso.

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