Análisis

CÉSAR SALDAÑA Director General del Consejo Regulador

Capital europea de la cultura 2031: Una oportunidad para Jerez y para el jerez

Pocos momentos como principios de septiembre para tomar conciencia de lo que el vino de Jerez supone para la cultura de nuestra ciudad. A lo largo de estas dos semanas, el amplio programa de actividades de la Fiesta de la Vendimia -conferencias, catas, visitas a bodegas y tonelerías...- nos ha recordado que si, como dice la UNESCO, la cultura es el "conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad", la nuestra, la cultura de Jerez, tiene en el vino uno de sus elementos fundamentales. No es el único, evidentemente, pero qué duda cabe que la actividad vitivinícola, la viña y la bodega, la elaboración del vino y su comercio; y desde luego también su disfrute, constituyen una parte esencial de nuestra cultura. Además, si convenimos que la cultura es el principal elemento diferenciador de un pueblo, la forma en la que una determinada colectividad se expresa ante el mundo, en nuestro caso es justo reconocer que el vino -cuya presencia en nuestra zona es milenaria- ha generado y regalado a Jerez un amplísimo bagaje de conocimientos, lenguajes, ritos y tradiciones que nos han ayudado a forjar una cultura propia y diferenciada; a tener una identidad como ciudad.

A lo largo del tiempo, el vino ha encontrado además un feliz acomodo entre otros elementos que conforman la identidad de nuestra ciudad: en la arquitectura, la gastronomía, las tradiciones hípicas y deportivas en general… y por supuesto en nuestro folclore y en la forma más genuinamente jerezana de expresar nuestras pasiones, alegrías y tristezas: el flamenco. Son múltiples los ejemplos que prueban la profunda simbiosis existente en Jerez entre vino y flamenco; su influencia mutua y su evolución paralela en la viña, en la bodega y en el trabajadero, lugares en los que el flamenco aliviaba las duquelas de las largas jornadas de trabajo. Pero también en el tabanco y en la peña, donde el vino servía de combustible tanto para la inspiración del cantaor como para la catarsis de la parroquia.

Pero esa cultura de nuestra ciudad, tan rica y tan genuina, es un proyecto inacabado; como cualquier otra cultura local viva, la nuestra requiere una regeneración constante, en la que el conocimiento y el respeto al pasado debe combinarse con las aportaciones del presente. Una construcción permanente, que en el mundo globalizado de hoy en día requiere de un esfuerzo colectivo y constante, para asegurar la vigencia de nuestros rasgos identitarios y su proyección hacia el futuro. El reto no es fácil: la inexorable colonización de otras formas de ver el mundo, unido a esa peligrosa mezcla de ignorancia y desidia que a veces impera en los depositarios de culturas locales como la nuestra, ha confinado ya a multitud de ellas en museos o en obras para eruditos, despojándolas de lo que las mantiene vivas: su expresión cotidiana, su presencia en el día a día de la sociedad.

Con frecuencia, en esa construcción permanente de las culturas locales se producen determinados hitos que suponen puntos de inflexión. Son momentos claves para la reflexión entre sus protagonistas, para la celebración de la propia identidad y para su orgullosa proyección al resto del mundo; en definitiva, oportunidades de renovación e impulso hacia el futuro.

Recientemente hemos tenido conocimiento del que podría ser uno de esos hitos para nuestra ciudad: la candidatura de Jerez a convertirse en Capital Europea de la Cultura en el año 2031. A doce años vista, pudiera parecer que la lejanía en el tiempo resta realismo al proyecto; en mi opinión, todo lo contrario. Un afán colectivo como este requiere de un largo período de maduración, de una planificación escrupulosa y, desde luego, de un respaldo ciudadano para el que deben de encontrarse fórmulas de participación. Un respaldo que deberá de construirse a base de contagiar ilusión en el proyecto, a la vez que se aprovecha para intensificar los esfuerzos de divulgación, profundizando en el conocimiento por parte de nuestra población de los elementos más significativos de nuestra identidad cultural.

Por lo que respecta al sector del vino de nuestra ciudad, no me cabe duda de que la consecución de la capitalidad europea de la cultura en el año 2031 constituiría una oportunidad extraordinaria de proyección nacional e internacional. Desde las bodegas y las instituciones que vertebran el sector -con el Consejo Regulador a la cabeza- se sabrá aprovechar la ocasión que supondría disponer de ese foro excepcional, tanto en su vertiente comercial como desde el punto de vista de la imagen y la promoción de nuestras denominaciones de origen. Jerez 2031 sería una nueva y valiosísima oportunidad para que nuestro vino se presente ante los consumidores no sólo como un simple producto de consumo, sino también como un elemento esencial de la identidad cultural de nuestra tierra.

Pero al margen de esas posibilidades promocionales de todo un año de capitalidad -durante el que seguro que se multiplicarán los visitantes a nuestra ciudad- valoro especialmente la oportunidad que esta candidatura tendría desde el punto de vista estrictamente local. Puede que no sea condición suficiente, pero desde luego sí es absolutamente necesario para el éxito de este proyecto que la ciudad en su conjunto lo asuma como un reto colectivo. El apoyo de la ciudadanía es esencial para que la candidatura vaya superando los obstáculos que sin duda existen en un proyecto de esta envergadura. Y ello lleva implícito un derroche de ilusión compartida, que deberá mantenerse durante los próximos doce años.

Será maravilloso que Jerez sea la Capital Europea de la Cultura en 2031. Pero, como en tantas otras cosas, el verdadero premio estará en el esfuerzo por conseguirlo. Brindo por ello: por doce años de proyecto conjunto en el que bodegas e instituciones locales podamos trabajar con nuestra ciudad por hacer de Jerez un lugar más consciente de su propia identidad cultural. Un lugar que conozca mejor su propia cultura y que, legítimamente orgulloso, asuma la responsabilidad de trasmitirla a las siguientes generaciones.

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