Querida Madre de la Merced: Como cada año, como cada instante, quiero diluirme por las celosías de la creación, por los sitios inasibles del firmamento, por el alma de todos los espacios, vislumbrar, tras los doseles de la historia, la tradición y su usanza, la otra historia que no se escribe: la invisible, la enhebrada desde el finísimo hilo de los pañales redentores, que llevan el latido anónimo de tantas gentes.

Quiero navegar contigo por las hendiduras agrietadas del corazón y adivinar el paso de Dios en tu persona, sentir el soplo imperceptible de la Anunciación, el viento con el que Dios hiere y sana a un tiempo. Aspiro a peregrinar contigo el espacio de la fe, adorando, recibiendo, asintiendo en un amén libre, reservado y abandonado.

Hazme como tú, dulce Madre de la Merced, criatura fiel de tierra moldeable, hasta entrañar en mi arcilla la encarnación de tu palabra, tu cielo con mi lodo; yo que estoy hecho de carne y miseria, criatura, sin embargo, como tú, que quiere elevarse al cielo, hasta esa misma cima en la que tú habitas, querida Madre.

Hoy, un día como tantos otros, quiero encontrarme con la vibración de tu gracia, aunque sea en medio de un océano turbulento de olas infinitas, sólo para poderme ver sostenido por tu mano delicada, que cuida y acuna la indefensión de mi llanto. Busco la estela de tus pasos, en cada vestigio de este pueblo que te aclama su Patrona, en cada surco de ayeres pretéritos, o por cada hendidura significativa del presente. Trasmíteme el anhelo que te hizo llegar al encuentro con Dios. De sobra conoces mi dejadez de ánimo en ese querer conseguir llegar a tu hijo. Por eso te pido que me hagas partícipe de tu gracia hasta poder salir de esta cápsula terrenal y oscura, hasta poder dragar el humus aplanado de tanta miseria inconsistente que me aplasta. Acudo a ti, Madre querida de la Merced, para transitar con sentido la oscura noche que acecha, poder beber de aquella misma fuente que calmó tu sed en medio del desierto. Encúmbrame, levántame del légamo y el lodo en que me encuentro hasta llegar a las profundas raíces prometidas, hasta endulzar el amargo proceso de esta muerte, hasta salir de ella, hasta descubrir la primera palabra que me rehaga de este camino absurdo que impide ver más allá de esta mirada corta en la que vivo.

Hoy podría comenzar una nueva historia contigo volviendo al seno materno, como Nicodemo, como un niño en pañales, regresando a la verdadera historia de la creación: Tu que eres la auténtica mujer, la que engendra promesa en la caída, la fecundadora de vida en medio de la muerte, la que siembra en sí la semilla del nuevo paraíso, el germen de la esperanza contenida, la vida misma, la restauradora de una nueva historia en abrazo infinito hacia el ser. Busco un pilar donde sostenerme, y eres tú, tú, que sacias, salvas, alimentas y sostienes

He aquí, la mujer, la Eva-virgen buscada y hallada. Te veo, fecundada, grávida de Dios por las calles de Jerez, que quiere seguir alimentado sus raíces. Quisiera verte germinar sobre este tronco secular, ver el fruto de tu vientre por entre los mimbres de este pueblo, que tan desmemoriado parece a veces.

Querida Madre de la Merced, alcoba de Dios y morada de su Espíritu, tú que eres el remanso del río de la vida, acógeme en tu delicada bahía y protégeme de los procelosos mares, de los turbulentos espacios inciertos, reclíname en tu amoroso pecho y en la entraña de tu cálida gravidez.

Todos los días busco en ti un poco de esperanza, como aquella paloma de Noé, que llevó en sí el total deseo, el grito esperanzado del náufrago y asidero firme de la tierra florecida. Porque sigo acechado por la mordida de la perspicaz serpiente.

Pon tu pie inmaculado sobre la peana del mundo, sobre el astro nocturno y aniquila con tu belleza tanta fealdad que me ahoga.

Quisiera de ti el alimento que alimentó a tu hijo, la dulce miel de tus labios que imprimías en su rostro con tu beso, ese camino de pureza con el que adornabas el camino con tus pasos.

Dulce Madre de la Merced, Patrona nuestra, llévame al delta de tu divina gracia para que se haga feraz mi desolada tierra, sobre todo para que me hagas digno del fruto de tu vientre y del abrazo ofrecido por el Padre para la salvación. Recógeme en tu regazo para no caer en la fosa común del error que me mata.

Tú que sigues ofreciendo tu abrazo a la tierra, inúndame de la lluvia de tus mercedes, así como del aroma primaveral de tu vientre, que, como un cáliz repleto de nardos, florece sazonado en perfecta maternidad. Te ruego por mí, y por todos cuantos me acompañan por el camino de la vida en busca de tu Hijo Nuestro Señor ¡Reina y Patrona de Jerez de la Frontera!

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