La publicación de una monografía sobre alguna parcela del patrimonio jerezano supone, casi siempre, una buena noticia. Cuando la aportación viene de un historiador de amplia y significativa trayectoria como Fernando Aroca Vicenti el interés se multiplica. Estoy hablando del libro "Cenobios y clausuras en el Jerez barroco. Una mirada nueva a la ciudad convento", que ha sido editado este año por la Asociación Jerezana de Amigos del Archivo. El autor había firmado ya un valioso trabajo sobre la arquitectura y el urbanismo de aquella Jerez bodeguera que alcanza su cénit en el siglo XIX. En esta ocasión, sin embargo, se aproxima a esa otra devorada y reemplazada por la "Ciudad de Baco". La Jerez sacralizada de los 22 conventos se presenta ante nosotros con toda su grandeza, y también con toda su realidad, diversa y cruda. Para ello, el referido historiador, con una gran riqueza de referencias documentales, se adentra en su morfología urbana, recorriendo estos conjuntos monacales, cuyo protagonismo durante el Seiscientos y el Setecientos llevó a veces a la absorción de calles. E incluso en un sugestivo epígrafe nos revela que, como enlace entre las dispares circunstancias barrocas y decimonónicas, llegaron a poseer dentro o repartidas por toda la ciudad no pocas bodegas.

Aunque en sus páginas se esparcen datos jugosos para la historia del arte, el referido investigador decide trascender el ámbito de lo artístico y lo urbanístico para descubrir la vida que late detrás. Nos muestra, así, funciones hospitalarias o docentes, el complejo mundo funerario asociado a los conventos, las expresiones externas a través de misiones o procesiones y, finalmente, el sorprendente terreno de las polémicas y escándalos, que nos retrata una sociedad mundana dentro de unos muros que, en el fondo, no fueron ni tan santos ni tan infranqueables.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios