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Análisis

santiago cordero

Champiñones

Les obligamos a competir como profesionales y olvidamosdejarles jugar

Reina, portero de la selección española de fútbol, a la sombra de Casillas, se convertía durante las celebraciones en titularísimo maestro de ceremonias. Las Eurocopas y el Campeonato del Mundo, aparte de los goles de Torres o Iniesta, o del famoso tiki taka, serán recordados por las celebraciones, con Reina a la cabeza, cantando lo de ¡champiñones, oé, oé, oé!

En estas últimas semanas, a lo largo y ancho de nuestra geografía, en todas las categorías, en todas las modalidades deportivas, se están jugando partidos decisivos para ganar la liga, para ascender o para evitar el descenso. Hacía tiempo que no iba a un campo de fútbol para vivir un partido de chavales, pero un muy buen amigo me invitó a ver uno de benjamines, en el que los dos equipos se jugaban el ascenso. El broche perfecto a una larga temporada, al menos para uno de los dos equipos.

El ambiente era una reproducción a escala de una auténtica final internacional. Los jugadores llegaban a las instalaciones equipados, con mochilas personalizadas. Las aficiones (básicamente padres y madres) portaban camisetas con los colores de sus equipos, las taquillas a las puertas del recinto, representantes de la federación de fútbol, tambores, cánticos y muchos rollos de papel para recibir a los equipos en su salida al terreno de juego. ¡Ah! Por supuesto, dos o tres fotógrafos y alguien grabando el vídeo para la posteridad. Me quedé sin saber si el partido fue retrasmitido en directo por alguna red social a través de algún móvil.

Fue un partido muy entretenido, con detalles de calidad en muchos de los pequeños futbolistas, pero lo mejor fue la deportividad que imperó. Ganaron los visitantes y con el pitido final la celebración de unos y la decepción de otros. Abrazos de alegrías en la afición ganadora y de tristeza en la perdedora. Todo ese ambiente hacía recaer en los chavales de 9 y 10 años la presión de una final de adultos, al menos así lo percibí. En algún momento, nosotros como sociedad, hace años, obligamos a nuestros hijos a competir como profesionales y olvidamos dejarles jugar. Afortunadamente, los niños son niños y nos enseñan el camino. Entre abrazos y gritos de champiñones, tres o cuatro de los ganadores vieron un parque infantil y se olvidaron de la final. ¡A los columpios!

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