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Se acumulan los elogios al Goya televisivo, al gran tenebrista de Prado del Rey. Al honor de Chicho Ibáñez Serrador, que despertará un buen puñado de emociones este sábado en Sevilla por la cantidad de vocaciones que germinó a través de su batuta necrófila y estelar entre Historias para no dormir y el Un, dos, tres. El concurso más celebrado en la historia de la TV en España sostiene una carga de terror clásico que no se ha terminado de analizar. Entre lentejuelas, actuaciones y chistes con latiguillos coreados, había mucho pulso psicológico con los concursantes y el público. Qué decir, por ejemplo, de aquellos sufridores en casa macerados en una mazmorra. Chicho era (no, es) un fabricante de sensaciones y un precursor en zarandear a la gente sentada en el sofá.
Es buena noticia que los Goya se planteen para ediciones venideras premiar también lo mejor de la ficción que sale por la pantalla de casa. Televisión y cine van cada vez de la mano y las series se han convertido en la vía de escape para que bulla lo más valiente, rupturista y experimental del audiovisual en España y en el resto del mundo.
Ibáñez Serrador se lamenta de no haber rodado más películas, de hacer en pantalla grande su talento de asustar y sugerir. Pero ya lo hacen sus discípulos por él. Su bagaje de historias distópicas y cuentos de terror es de por sí suficiente legado, como pequeños clásicos. TVE empezó a actualizarse con este autor teatral dispuesto a embeberse de Hitchcock que llegó un día como un joven despistado al Paseo de la Habana donde todo iba a pedales y se vivía con tanto miedo a la censura que él supo trasladar, como una divertida terapia, a unos espectadores que estaban asustados por todo. A base de sustos, en el fondo, Historias para no dormir fue jugueteando con los miedos de una sociedad española que iba despejando sus pesadillas atávicas. Chicho es lo más actual que tuvo la TVE de antes. Qué menos que exigir a la organización de los Goya que le haga una gala digna de su maestría visionaria.
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