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Hubo un tiempo en el que las cofradías se desarrollaban por la inercia de la fe. Fueron los siglos del medievo de los que pocos datos tenemos pero que, por los excelentes estudios llevados a cabo por investigadores como José Luis Repetto Betes, nacían a la luz del fervor popular.

Después llegaron años complicados en la historia de España. Y las cofradías, como entes formados por asociaciones de personas, también cobraron la dura factura del absolutismo y de la falta de respeto a las creencias. A mediados del siglo pasado surgieron los tiempos en las reorganizaciones. Cofradías que se entroncaban con antiguas procesiones en la ciudad. Fue una época en la que se movía, además de la fe, un compromiso por parte de diferentes estratos sociales. Llegaron los palios 'juanmanuelinos' desde Sevilla y existía una especia de rentoy entre la clase burguesa a ver qué cofradía lucía el palio con mejores bordados. El legado dejado en aquellas décadas se visibiliza en determinados patrimonios que Jerez luce cada Semana Santa.

Posteriormente vino una nueva etapa ciertamente interesada. Las cofradías eran un medio para medrar; ganar prestancia y ciertos privilegios. Te permitía salir en el periódico y el alcalde siempre atendía a los favores de un hermano mayor. Había en muchas ocasiones tortas para ocupar un cargo en una hermandad.

Ahora han llegado otros tiempos. Más cómodos, con menos compromiso. Existen hermandades en las que parece que hay que amenazar a alguien para que se presente a hermano mayor. Además, también vemos en la actualidad hermanos que ni tan siquiera acuden a los cabildos de elecciones, no llegándose al quórum necesario para refrendar al valiente que se ha ido a los medios. Es uno de los problemas más graves a los que se enfrentan las cofradías en la actualidad. Por otro lado muy acorde a la personalidad del jerezano que le gusta ser 'capillita' en Cuaresma, rociero en Pentecostés y veraneante en Rota cuando llegan los rigores del calor. Como Vicente, donde va la gente.

Esperemos que sea una moda pasajera. Y que el mundillo cofrade esté alerta para defender las corporaciones nazarenas gastando las fuerzas necesarias desde el trabajo diario en lugar de en los mostradores de los bares. De otra forma, vamos a llegar a un escenario en el que reunir una junta de gobierno va a ser más complicado que reabrir el taller de las hermanas Antúnez. Las hermandades tienen sus claves y sus problemas, y es que nada es regalado. Todo lo se edifica es con mucha constancia y horas de trabajo. En contra de lo que parezca, ni una sola puntada de un manto sale gratis, aunque lo pague el marqués de la casa apuntalada. Así que no queda otro sendero más que el del camino diario. Como gusta decir, para mayor gloria de Dios.

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