Análisis

Santiago Cordero

Conduzca con precaución

La medalla de oro no tendría sentido si les pasaba algo a sus amigos

8 de agosto de 1992. Kiko Narváez anotó su segundo gol en el Camp Nou ante Polonia. España consigue una nueva medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona. El éxtasis era general, el estadio, Barcelona, España (quien lo diría ahora). El rey de entonces, emérito ahora, entregó las preseas doradas a los integrantes de esa joven y excepcional generación de futbolistas españoles.

Después, Guardiola (más español que nunca), Alfonso, Luis Enrique, Ferrer, Toni, Cañizares, López, Solozábal, Abelardo, Lasa y el resto de la selección dirigida por Vicente Miera comenzaron a dar la vuelta de honor. Ellos locos de alegría, el público enfervorecido. En medio de esa euforia, un gesto pasa desapercibido para el mundo. Mientras los jugadores saltaban, se abrazaban, alzaban las manos, Kiko, el jugador de la final, el autor del tanto de la victoria, se para y busca con la mirada a un grupo de amigos que estaban en la parte alta de la preferencia del estadio. Fue un instante. El tiempo justo para decirles a sus amigos de siempre, a través de gestos con las manos y brazos, que tuvieran mucho cuidado al conducir en el camino de regreso a Jerez.

Esta anécdota que tuve la suerte de presenciar aquel día, siempre me dio mucho que pensar. Kiko, que podía estar cegado en ese momento por el éxito, supo reconocer lo verdaderamente importante. La medalla de oro, su actuación, su trascendencia, no tendría sentido si a sus amigos les pasaba algo en el camino de vuelta. Ese pequeño y, en apariencia, intrascendente detalle de Kiko hacia sus amigos, encierra una grandísima lección vital.

Cuando consideramos que nuestro hijo o hija debe perderse el cumpleaños de un compañero del colegio o de sus abuelos, porque se tiene una partido muy importante. Cuando a niños y niñas de nueve, diez u once años les inculcamos que la victoria es lo más importante en el deporte. Cuando sacrificamos la infancia de nuestros hijos e hijas convirtiéndolos en ‘profesionales’ del deporte. Cuando todo eso ocurre y ocurre bastante a menudo, estamos dejando escapar lo mejor de la vida.

Estoy seguro de que Kiko Narváez no hizo toda esta sesuda reflexión en medio de la vuelta de honor, su corazón sabía que lo que en realidad tenía valor en aquel momento, no era la medalla de oro, sino que sus colegas regresasen sanos a sus casas. Con ellos tendría sentido la gloria olímpica.

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