Pese a los defectos de la institución, pocas cosas resultan tan reconfortantes como reencontrarse con uno mismo en la Universidad, y seguir aprendiendo. Hace poco participé en un acto en la Universidad de Extremadura en el que, aparte de la experiencia siempre grata de la comunicación, aprendí varias cosas. Una, de la intervención de Luis Marín Hita, decano de la facultad de Económicas y Empresariales que me acogía, la estrategia de mantener una conexión social con potenciales alumnos, instituciones y empresas, pues pese a que sea un lugar común, hay que llevar la Universidad a la vida, y ésta a la universidad; y junto a ello, el enriquecimiento que da la internacionalización, con alumnos y profesores foráneos, y proyectando hacia fuera los propios.

La segunda idea que me ha dado que pensar la lleva años desarrollando el profesor Luis de la Macorra, coordinador del libro de referencia, Convergencia Ibérica, tratando de encontrar proyectos comunes útiles entre Portugal y España, entre las regiones que somos frontera, siguiendo los cinco ríos que cruzan A Raia, o de Estado, como el Tratado de Amistad y Cooperación firmado por António Costa y Pedro Sánchez, hace unos meses. El último Tratado era de 1977, y el nuevo, con el lema Por la movilidad sostenible no ha podido ser más oportuno, pues hay proyectos tecnológicos en marcha con fondos Next Generation, además de, tras la cooperación en la pandemia, buscar una recuperación socialmente inclusiva, y posiciones comunes en la Unión Europea, como la que se ha cerrado con éxito sobre gas y luz en esta "isla energética" que es nuestra Península. Sin embargo, se avanza poco en la llamada Iberofonía, vinculando todas las lenguas de la Península, que se hablan por 800 millones de personas en 30 países, como forma de comunicación en internet y en webs de ciencia, casi la única alternativa de diversificación respecto al inglés. No es sencillo, pues la fonética y estructura de nuestras lenguas difieren, como el erudito Frigdiano Durántez muestra en su obra sobre paralelismos y convergencias, y aunque el uso común fortalecería los lenguajes, hay una tarea larga por delante.

En el pequeño museo de Marvao veo figuras antiguas de la Madre de Dios, que en su bella y mágica tosquedad recuerdan las pinturas y esculturas de la portuguesa Paula Rego, quizás la pintora viva más influyente, pues es difícil encontrar una artista internacional cuya obra no tenga alguna conexión con la suya; Paula Rego ayudó a cambiar la forma en que aparece la mujer en el arte, e incluso la opinión sobre la interrupción del embarazo en su país con una obra explícita, ingenua y perturbadora, perfectamente ejecutada, donde la obediencia y el desafío se superponen a la violencia. "¿Ofrece el arte siempre la mejor venganza?" -le preguntan-. Y responde: "Es el único método que he encontrado". Como coincidencia, Paula Rego tiene una exposición -que no viene de Portugal, sino de la Tate de Londres, de la mano de Elena Crippa-, en el Museo Picasso de Málaga, que, nunca está de más recordar, consiguió para Andalucía la cordobesa Carmen Calvo, cuyo sólido propósito y tarea incesante por un feminismo coherente, concilia sin duda con la obra que ahora se admira, emociona y sorprende en su museo.

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