Denostada históricamente por exquisitas mentes propias y extrañas, nuestra Colegial, la Catedral, goza de un valor indiscutible: el paisajístico. Su protagonismo en su entorno permite apreciar su mole pétrea, que fue levantada para reivindicar su preeminencia y para aspirar a más. Junto a sus tres fachadas monumentales hubo de manera paralela a su edificación importantes reformas urbanísticas para favorecer su contemplación. Incluso tras su parte trasera, menos noble por quedar inacabada, las vistas de su cúpula desde la Alameda Vieja resultan atractivas. Más apartadas, las calles que bajan desde las antiguas collaciones de San Mateo y San Lucas hasta la puerta principal de la iglesia mayor no fueron modificadas en ese ambicioso rediseño urbano. En cambio, permiten admirar perspectivas sugestivas. El caso más significativo es el de la Cuesta del Espíritu Santo. Una fotografía centenaria demuestra que nos encontrábamos ante una atalaya privilegiada. En el centro de la imagen, el simple y macizo volumen de una casa de una única planta y con un tejado a una sola agua. Al fondo, la potente presencia de la Colegial.

Si en el siglo XVIII, y aún en el XIX, Jerez estuvo preocupada por su paisaje urbano, la senda tomada en las últimas décadas va por derroteros completamente opuestos. Que la estética perdió la batalla hace años en el centro histórico no es ninguna novedad. De otra manera no se pueden entender los bloques levantados en la cercana calle Abades, una verdadera ruptura (y chapuza) urbanística. A partir de entonces un ático oculta para siempre parte de la visión de la Catedral desde el Espíritu Santo. Y en fechas recientes ha desaparecido aquella modesta casa de la vieja foto, sustituida por un pastiche de mayor altura, ahora en construcción. El gran templo ya no luce ufano. Se esconde vergonzosamente detrás.

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