Dar la cara en esta vida es duro. Todos, absolutamente todos, incluso los inefables políticos, nos equivocamos. El habitual que las víctimas de nuestros errores vengan a pedirnos cuentas y es, en ese momento, cuando se conoce a las personas. Los hay que se esconden. Los poderosos suelen utilizar a sus guardias (de 'corps', pretorianas...) para evitar que jamás les llegue el ofendido a medio metro. Los más modestos no tenemos más remedio que asentir, reconocer las culpas y dar las explicaciones que sean necesarias, ya sea ante la víctima de nuestros errores o ante la Justicia. Les reporto un pequeño consejo: cuando vean a una persona disculparse a las primeras de cambio -no cuando el tribunal le haya oscilado su balanza ante los ojos- tengan la certeza de que se encuentran ante una persona decente. Aquellos que son incapaces de asumir y aprender de sus errores suelen pagarlo caro más tarde que temprano. Pedir perdón no es tan duro como decía aquella canción. Libera tanto al ofensor como al ofendido.
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