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Si partimos de la premisa clara y concisa de que un cartel es una imagen que tiene como finalidad primordial anunciar algo, cualquier situación con este concepto es susceptible de convertirse en cartel. Hasta ahí lo tenemos muy claro. Pero tal y como se concibe nuestra historia es mucho más difícil que el mero anuncio publicitario de un evento. Máxime cuando la Semana Santa y sus personajes han accedido a estamentos de máxima e indiscutible opinión y muchas veces se convierten en abanderados de una realidad a la que ellos no admiten contradicción alguna y sus valoraciones pasan a ser gestos de absoluta verdad -. El cartel de la Semana Santa de ser un anuncio de la fiesta a celebrar, ha pasado a ser una realidad superior que está muy por encima del hecho que encierra. Hoy existe una pléyade de "críticos de arte" y de ilustres entendidos en la materia que pontifican, para bien o para mal, dentro de ese particular ideario semanasantero que impone una conciencia artística, tan poco consecuente como equivocada, pero siempre irrevocable, que hace que todo pase por el esquivo ojo crítico de tan osados valedores y de sus opiniones infalibles.
La problemática que suscita cada año el cartel de la Semana Santa es cosa de hace poco tiempo; el mismo que las cosas de las Hermandades y Cofradías han pasado a ser objeto noticiable de primerísima entidad. Hasta hace unos años, el cartel pasaba desapercibido y sólo era objeto de miradas observadoras, nada inquisitorias. Anunciaba una realidad indiscutible y poco más. Ahora el cartel es analizado casi como si se tratara de un virus descubierto y de consecuencias impredecibles. La calle se convierte en laboratorios que escrutan hasta límites insospechados el pasquín anunciador. El pobre artista es crucificado o elevado a la gloria suprema sólo con la mirada de supuestos entendidos que son hasta capaces de escribir laboriosas tesis doctorales sobre algo de lo que apenas tienen conciencia. El cartel se ha convertido en objeto de suma crítica. Nada de lo que se ofrezca será adoptado como bueno si la realidad descrita no es del agrado de tan "experto" auditorio". Por unos días todos nos convertimos en excelsos conocedores de las más complejas tendencias artísticas; todos sabemos de expresionismos, vanguardias, modernidades y hasta se osa argumentar con teorías estéticas y semiologías que dejarían las valoraciones del propio Umberto Eco a la altura del betún.
Ante todo esto, sobre todo los autores que quieren acceder por unos días a las primeras páginas de lo noticiable, intentan realizar supremos ejercicios de imaginación para convencer a las tribunas de tan ilustres observantes. Como resultado, surgen complejos organigramas de lecturas imposibles con libros de instrucciones incluidos que sólo complacen las mentes de los ilustres abanderados. Y, así todos los años. Al final todo queda en algo que es hasta humanamente comprensible: lo único que gusta es la imagen de devoción particular perfectamente encuadrada. Lo demás no es sino dialéctica en tiempos de Cuaresma.
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