Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

La huella levantina constituye un singular aspecto a tener en cuenta en el estudio del patrimonio escultórico jerezano. El prestigio que adquieren los talleres del este peninsular, sobre todo valencianos, desde finales del XVIII, lleva a la clientela a buscar lejos de la ciudad e, incluso, fuera de la región. El referido siglo supuso un punto de inflexión en lo artístico para Jerez. La dependencia de Sevilla para los principales encargos deja de ser una realidad, adquiriendo un gran peso los obradores locales y fomentándose la actividad de maestros de otras escuelas, como fueron también los casos de genoveses y malagueños. Un primer capítulo lo protagoniza José Esteve Bonet. Entre 1793 y 1794 llegan desde Valencia obras suyas para los monasterios de la Cartuja y Capuchinos. Nos referimos a piezas relevantes de su producción conservada, como el Cristo de la Defensión, la Virgen del mismo nombre, titular del cenobio cartujano, o la que con la advocación de la Compasión se expone hoy en la Catedral.

Con el resurgimiento de la religiosidad que se producirá en las últimas décadas del XIX por la Restauración borbónica y el consecuente renacimiento de la imaginería, las miras se ponen de nuevo en los artistas levantinos frente a la decadencia hispalense. Ahora serán Vicente Tena Fuster, autor del misterio del Ecce Homo, y otros nombres de su entorno, como Damián Pastor o José Burgalat, quienes atenderán la demanda de cofradías y nuevas fundaciones religiosas. Ya en la primera mitad del siglo XX encontraremos a Carmelo Vicent y, en especial, a Ramón Chaveli, el único que se estableció en Jerez.

A todos ellos se une desde el pasado domingo Ramón Cuenca Santo y su exquisito grupo de la Virgen de la Trinidad y San Juan para la hermandad de la Humildad y Paciencia. El último eslabón de una cadena iniciada con Esteve Bonet.

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